LECCIONES PORTUGUESAS

Todos los medios de comunicación, con escasas excepciones, se han maravillado de los resultados de las elecciones celebradas en Portugal: al final de un duro programa de recortes, que ha recaído sobre los más desfavorecidos, los votantes han decidido renovar la confianza al gobierno conservador que llevó a cabo draconianas decisiones. Las fuerzas de izquierda no han logrado rentabilizar el descontento de la ciudadanía y seguirán en la oposición. Sin embargo, los números matizan el «triunfo» de la coalición PSD-CDS (centro-derecha): pierden un 10% de los votos, aunque son la fuerza más votada (40%). En frente, las fuerzas de izquierda (PS, Bloco de Esquerda y PCP) llegan al 47% y podrían armar una mayoría absoluta para desbancar a los conservadores. Pero esa posibilidad no es tan siquiera una hipótesis de trabajo, al descartar la dirección socialista cualquier acuerdo con fuerzas «negativas».

Convocadas las elecciones generales, tras consumarse la representación del primer acto del drama que se desarrolla en Cataluña, las formaciones de izquierda han aprovechado la ocasión para demostrar que su capacidad de división y enfrentamiento no tiene límites. Después de «hacer el indio», la dirección de Podemos ha dejado claro que Izquierda Unida no es un deseable compañero de viaje. Defraudadas las expectativas electorales, tras los halagüeños datos de comienzo de año, el propósito es no diluir las siglas en alianzas estatales que lastren la intención de hacer desaparecer el binomio «izquierda-derecha», que se considera anticuado y caduco para responder a las exigencias de una sociedad más transversal y que requiere rectificar el mensaje para presentarse como una oferta «socialdemócrata» puesta al día, para responder a las necesidades de los de «abajo» frente al poder corrupto de los de «arriba». A IU y a su obsoleta dirección se les considera superados y amortizados. Tan solo pueden ser aprovechables algunos elementos a los que se les permitiría engrosar las listas de los próximos comicios, pero las tajadas más suculentas del bacalao ya están  guisadas y repartidas.

Izquierda Unida, con Alberto Garzón al frente, ha actuado como una «suplicante» de la tragedia de Esquilo ante la puerta de Podemos y tan solo ha obtenido descalificaciones y exigencias inasumibles. El batacazo  de Podemos en la contienda catalana ha reactivado los decaídos ánimos de los dirigentes de IU que proponen una plataforma común para concurrir conjuntamente en ámbito estatal y así tratar de agrupar votos para mejorar en escaños. Podría pensarse que no son muchas las diferencias pragmáticas que separan a ambas formaciones, sobre todo en materia económica, pero esa proximidad queda eclipsada cuanto entran en juego egos personales y posibles parcelas de poder. Parece claro que varios y significados dirigentes de la formación morada, que pasaron por IU y se creyeron el recambio natural a unos mandos anticuados y fuera de sintonía con las nuevas exigencias de la sociedad, no han superado su frustración y se encuentran en el proceso freudiano de «matar al padre» ( y de paso, dejar mal herido al «primo», el PSOE).

La cita electoral del 20-D ha abierto ya su campaña: veremos muchos bailes, con danzantes de diversas vestiduras; promesas irrealizables y advertencias severas para confiados. El problema catalán ya ocupa lugar preeminente, ante la posibilidad de una declaración unilateral de independencia y la reacción de un Gobierno en funciones. Pero todo apunta a que será la división y enfrentamiento de las formaciones de izquierda  una parte esencial y decisiva de esta convocatoria ante las urnas, Y, como ha ocurrido en Portugal, también aquí el dilema de «galgos o podencos» puede confirmar la continuidad de un Ejecutivo que ha llevado a cabo un duro programa de recortes que, como siempre y en todas partes, ha recaído sobre las espaldas, de los que menos tenían, confirmando, una vez más, la advertencia del carpintero de Nazaret: «al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que no tiene» (Marcos.4)