Las urgencias de Esperanza Aguirre
Si el niño Torres ha vuelto a corretear por las verdes praderas del Manzanares, por qué no iba a regresar doña Esperanza al hipódromo de la competición política. Me cuentan que cada día, puntualmente, le canta a Rajoy sus sentidas mañanitas del retorno a casa. De tanto como se repite la cantinela, en la calle Génova se saben de memoria la letra del corrido suplicatorio: “y volver, volver, volver, a tu lado otra vez, tú tenías mucha razón, le hago caso al corazón y me muero por volver”.
Conmovidos por la humildad de aquella triunfadora que ahora se ofrece al partido sin condiciones, los más próximos sugieren a Rajoy que salga al balcón y salude a la rondalla de Aguirre. “Tendríamos que decirle algo a Esperanza” insisten con cautela los consejeros de don Mariano, pero el Presidente mira al infinito y calla, impasible como siempre ante las urgencias ajenas que pretenden alterarle el pulso. “Tiempo al tiempo”, piensa para sus adentros el taciturno indeciso.
Aguirre conoce muy bien al Jefe y mejor aún a los capataces que mandan en su partido. Sabe cómo piensan y cómo disimulan las suspicacias que provoca en ellos cada una de sus apariciones públicas. Los tiene tan calados, tan cuidadosamente catalogados en su memoria, que siempre se anticipa a las maniobras internas que pretenden arrinconarla en el desván. Basándose en experiencias muy bien aprendidas, acaba de desvelar en público que pretende reencarnarse como Alcaldesa de Madrid en su nueva existencia partidista, descolocando a sus críticos y merendándose la cena de Rajoy.
Aguirre afronta el desafío bien pertrechada de encuestas favorables y fuertemente protegida por una militancia popular que siempre estuvo con ella. ¿Quién se atreverá a zancadillear las expectativas vitales de la dama? Aguirre ha repartido las cartas y sus compañeros tendrán que jugar la partida. Tiene entre sus manos el comodín ganador de la mayoría natural conservadora, un triunfo que bien empleado le asegura la victoria en Madrid, pero sus oponentes pueden neutralizar la apuesta con una combinación inteligente de naipes secundarios.
Esperanza Aguirre es una propuesta del pasado en los tiempos nuevos de la renovación y el relevo generacional. Cuando venían mal dadas, la Presidenta se bajó de la moto y se refugió en la empresa privada, dejando a sus votantes compuestos y sin novia. De aquellas teorías ultraliberales que aplicó tozudamente en la gestión de lo público, nos vienen la austeridad mal entendida, los recortes presupuestarios, las privatizaciones, el deterioro de los servicios comunitarios y las mareas populares contestarías que ocupan las calles de nuestro entorno. Demasiado lastre para aventurar el barco en nuevas travesías.
“Tendríamos que decidir lo que hacemos con Esperanza”, reclaman al Presidente los más inquietos. “Cada cosa a su debido tiempo”, contesta impávido aquel del que depende el futuro político de Aguirre.