Las paradojas del filósofo Santayana
Al pensador Santayana le llamaron Jorge o George, según los cambiantes vientos geográficos a los que se expuso. George, o Jorge, fue un tipo raro, un ciudadano del mundo cuyo paraíso de la imaginación se edificó entre las murallas de Ávila, solo que los azares e imponderables que esconde toda vida llevaron a este recio castellano a sentar plaza de yanqui en Boston. Harvard fue su universidad, la de ida y la de vuelta, donde se formó y donde ayudó a formarse a sucesivas promociones de estudiantes. Escribió Santayana sobre asuntos variopintos y se acercó a materias tan distintas como la filosofía, la poesía, la crítica literaria, la política o la religión. No eludió la ficción, es autor de una novela, “El último puritano”. Su lengua madre fue el español, pero todas sus páginas las caligrafió en inglés. Fernando Savater le ha llamado filósofo errante. Sin duda, aunque habría que matizar que errante no sólo en el espacio, sino también en el tiempo, dado que no se sintió especialmente a gusto en el que le tocó vivir, se reclamó hijo de un tiempo sin barreras cronológicas y de un espacio sin fronteras. De las palabras con que le tocó lidiar y entenderse en los 82 años de su vida, aseguraba que ninguna le resultaba tan detestable como “progreso”.
Por los libros de citas o los inacabables riachuelos de internet circulan, como monedas de cambio, cientos de frases de Santayana. Por ejemplo: “El arte, como la vida, debe ser libre, ya que ambos son experimentales”. Famosísimo y archirrepetido es su aserto según el cual “quien no recuerda el pasado está condenado a repetirlo”. De Santayana es esta otra frase: “Morir es algo espantoso, del mismo modo que nacer es algo ridículo”. Entre sus sentencias figura asimismo ésta: “El escepticismo es la castidad del intelecto, y es vergonzoso entregarlo demasiado pronto o al primero que se presente”. Curiosa idea que contradice la más corriente de acuerdo con la que el escepticismo no es un estado original de la mente, sino el resultado del proceso al que se llega tras muchos desengaños intelectuales. El hombre y el filósofo Santayana nunca tuvieron miedo a embarrancar en la paradoja o a perderse en la contradicción. La libertad, entendida de un modo radical, fue la verdadera patria de este hombre perpetuamente expatriado. Una libertad que habría de llevar, en última instancia, a la verdad, ante la que Santayana no sintió miedo sino deseo. En sus memorias reconoce: “Nunca he sido aventurero; necesitaba estar tranquilo para ser libre”. Quizá por lo mismo reconoce que “la vejez es el tiempo de la felicidad”.
A los 48 años, en pleno reconocimiento profesional, da un portazo a la universidad de Harvard y se marcha a Europa como pensador errante y errático. Visitará en alguna ocasión su añorada Ávila, pero cuando pierde el último vínculo familiar que le quedaba en la tierra de Teresa de Jesús, se marcha a Roma, donde muere en 1952, acogido en un convento por unas monjas. Allí fue a pasar sus últimos años y a morir, el filósofo que siempre antepuso la ciencia a la religión, y que no simpatizó con el clero. Han dicho de él que es el mejor pensador norteamericano del siglo XX y se le ha situado, junto a Benedetto Croce y Bertrand Russell, como el tridente de los grandes sabios occidentales. Nada, en todo caso, que llamara la atención de este atípico filósofo español-norteamericano que en una de sus celebradas frases comentó: “El éxito y el fracaso son igualmente perturbadores, igualmente devastadores”. Descanse en la paz de la nada, George, o Jorge, Agustín Nicolás Ruiz de Santayana Borrás, el abulense de Boston, nacido en Madrid y muerto en Roma.
Original en elobrero.es
JUAN ANTONIO TIRADO
Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.