LAS BICICLETAS SON PARA LAS ELECCIONES

Eso al menos es lo que han debido pensar los asesores del presidente del Gobierno para convencerle de que saltara del plasma y se fuera con la lideresa Aguirre y la voluntariosa Cifuentes a darse un garbeo en bici por Madrid Rio, una de las joyas de la corona de la gestión de Alberto Ruiz Gallardón al frente del ayuntamiento de Madrid, en su intento de emular ―a costa de una deuda para la eternidad―  a Carlos III. Sin embargo, el pretendido «baño de multitudes» se ha transformado en una interminable coña de manipulaciones en las redes sociales.

Para empezar, el máximo representante ejecutivo del Estado se ha subido a una bicicleta sin el recomendable casco protector craneal. Por contra, lucía una corbata (¡¡¡roja!!!), prenda asaz innecesaria para la práctica de un deporte tan esforzado como el pedaleo en bici y propenso a la sudoración. De suyo hubiera sido un maillot azul PP, con la gaviota en el pecho, y en la espalda un slogan tan contundente como verídico: HEMOS SALIDO DE LA CRISIS. Por  lo menos el inclasificable  Monago, en su apuesta por seguir presidiendo Extremadura, se fue a un gimnasio y largó un mitin electoral y luego se puso a pedalear en bicicleta estática, pero con la ropa adecuada.

Esperanza Aguirre lo tenía claro: se ha enfundado una camiseta amarilla, para demostrar que la líder de la carrera a la alcaldía de Madrid es ella y nadie más. El amarillo del Tour de Francia es mucho más explicativo que el color cambiante de la Vuelta a España. Al final, ha logrado su propósito y su figura ha sido la que más coherencia mostraba, pues el jefe del Ejecutivo, con su camisa impecable y recién planchada, y su corbata, resultaba más falso que un euro de madera.

La tercera componente de este equipo que pretende ganar, como sea, la contrarreloj de las elecciones municipales y autonómicas, Cristina Cifuentes, daba la impresión de ser un simple corredor gregario, encargado de ayudar en lo posible al jefe de equipo, y nada más.

Ante la tiranía y el poder que ejerce la imagen sobre los consumidores ―cada día más apartados del concepto de ciudadanos― es comprensible que los políticos apliquen todo su ahínco a recuperar el voto perdido que se fue por el sumidero de la corrupción que afecta a una parte importante de la clase política, con PP y PSOE luchando a brazo partido por ver quien ocupa la primera plaza en tan execrable carrera. Sin embargo, a pesar del control e influencia más o menos directa sobre la mayoría de los medios de comunicación, el partido en el gobierno cuenta sus declaraciones públicas por auténticos despropósitos, como si hubiesen sido ideadas por Mortadelo y Filemón o por algún enfebrecido inquilino de «13, Rue del percebe». Los deslices de Cospedal, Aguirre, Floriano, Hernando, Pons, C. Fabra, Barberá o Monago son dignos de la antología del disparate.

El montaje propagandístico del paseo por Madrid Rio puede ser considerado como precipitado y muy mal resuelto, con una escenografía pobre y equivocada. Puede ser también la demostración de un acto de suficiencia, de creer que basta con la sola presencia, sin más detalles, para asegurarse ―así lo dicen las encuestas, aunque todavía con mucho voto oculto― la fidelidad de un electorado que resiste recortes y sacrificios, por dolorosos que sean, en la concepción ovejuna de que más vale lo malo conocido… Ante esta situación cabe plantearse si es que la clase dirigente toma a la mayoría de los ciudadanos por gilipollas y― lo más grave todavía― encima tiene razón.