La tristeza del domingo
Hubo un tiempo, entre mediados los ochenta y los primeros noventa, en que me aficioné a las llamadas revistas femeninas, no las del corazón, sino las destinadas preferentemente a mujeres profesional y culturalmente bien situadas: “Dunia”, “Elle”, “Vogue”, “Cómplice” .… revistas que leían también con gusto hombres como Vicente Verdú, Iñaki Gabilondo, Muñoz Molina, o yo mismo. Preciosos y abultados papeles, con mucho color, moda, publicidad de bella factura y unas páginas de exquisita prosa. Al menos entonces, ahora he perdido la costumbre de leerlas, no se escribía con tanta calidad de página en ninguna publicación periódica, salvando, quizás, los deportes de los lunes de “El País”, que eran el verdadero suplemento literario de ese periódico, y no “Babelia”. Pero, a lo que iba, la prensa femenina, escrita por mujeres y por hombres, era un destilado de prosa musical, bien timbrada, rítmica, intencionada y con gracia. De manera que yo solía ojear atentamente esas publicaciones en el VIP´S y luego me compraba de vez en cuando “Dunia”, que era la reina del sector. Durante años estuvo dirigida por María Eugenia Alberti, un mito de ese tipo de publicaciones, una aristócrata del periodismo, equiparable a lo que han sido Cebrián o Pedro J Ramírez en la dirección de diarios. Así que de tanto ver esos papeles me propuse escribir en ellos. Preparé un artículo reportajeado que titulé “La tristeza del domingo” y lo envié a “Dunia”. Pasaron varios meses, María Eugenia fue sustituida en la dirección de la revista y un día me llamaron de parte de la nueva directora, Sarah Gladstein, para decirme que les había gustado mi artículo y que lo iban a publicar como tema de portada. A partir de ahí empecé una fructífera etapa de colaborador.
Original en elobrero.es