LA SOLEDAD DEL CAMINANTE DE FONDO

No por repetidas, las imágenes del presidente del Gobierno en funciones  pierden su elocuencia: pase lo que pase, él sigue a su ritmo, a su marcha. Como en el microrelato  de Augusto Monterroso: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Cuando sus rivales despiertan, Mariano continúa en su puesto, inasequible al desaliento. De nada sirve que las encuestan del CIS le puntúen como el líder peor valorado. Su partido, bajo su difusa pero incontestable dirección, sigue en cabeza y eso es lo que importa a efectos electorales y para la formación del gobierno del Estado.

La fiabilidad de las encuestas quedó bastante erosionada tras los resultados del 26-J y por consiguiente el último barómetro del CIS hay que tomárselo con más de un grano de sal. En cualquier caso, todo apunta a que tanto los electores como los políticos siguen en sus trece: el reparto de votos y escaños obliga al diálogo y al acuerdo, por mucho que se empeñen los políticos en sus posturas excluyentes o condiciones leoninas.

En un solo punto parecen coincidir electores y fuerzas políticas, con la excepción del Partido Popular, con respecto a Mariano Rajoy: el rechazo de los demás dirigentes es casi unánime y los electores le dan su peor nota. No obstante, el PP sigue siendo, con diferencia, la primera fuerza y volvería a ganar unas nuevas elecciones, aunque su victoria sería insuficiente para gobernar sin apoyos. El PSOE lograría una ligera recuperación, con CIUDADANOS y PODEMOS registrando leves caídas.

Rajoy pide apoyos con ofertas genéricas y amenaza con la catástrofe de unas terceras elecciones en caso de no obtenerlo. Y como novedad, afirma que lo importante no es la investidura; lo fundamental es la formación del Ejecutivo. A este nuevo mantra se han unido varios ministros y dirigentes populares. Esta argumentación tiene un punto débil: sin la obtención del visto bueno del Congreso (la investidura) no se puede formar gobierno. Lo que viene a confirmar que la carreta no debe ponerse delante de los bueyes.

Por otra parte, ante las dudas si Mariano Rajoy acudirá o no a su cita con el Congreso, la Constitución, salvo retorcimiento interesado, dispone que el reloj electoral se ponga en marcha cuando se haya producido la investidura fallida. Y el líder del PP, que ejerce de «gallego», en el peor sentido del término, no está dispuesto a perder una votación de esas características en el Congreso de los Diputados. Siguiendo la máxima de su paisano Cela (el que resiste, gana), el presidente del Gobierno en funciones está dispuesto a resistir hasta «ablandar» (fueron sus palabras) la resistencia de CIUDADANOS y PSOE. Tiene en la presidencia del Congreso a una fiel aliada, como es Ana Pastor que pondrá fecha al debate de investidura (si es que la pone) cuando Mariano Rajoy esté en disposición de sacar adelante su elección. Por encima de la presión que marcan la necesaria aprobación del techo de gasto y los Presupuestos Generales del Estado,  nuestro personaje está decidido a esperar las elecciones vascas (25-S), para conseguir el apoyo del PNV que, lo más probable, es que necesite ayudas para conservar el gobierno de Euskadi.

A pesar del «Luis, sé fuerte», la corrupción generalizada en varios niveles de su partido y la pérdida de la mayoría absoluta, nuestro caminante incansable continúa su marcha y, lo que es más llamativo, al ritmo que él pretende marcar a los demás. Cuestiones que en otras latitudes habrían significado el fin de la carrera  del político más preparado, a este marchador de fondo no parece que le hagan mella. Cierto que sus competidores se lo ponen fácil, con divisiones internas y deseos de mantener el sillón a toda costa. En última instancia. todo deportista sabe que es más importante correr con dignidad que ganar la carrera. Pero a los que solo admiten el triunfo, como el presidente del Gobierno en funciones, habría que advertirles que lo más difícil son los últimos metros, y está por ver como los afronta.