¡La que te espera, bonita!

Acabo de plagiar uno de los dichos más celebrados por el público en la reciente campaña electoral andaluza. Improvisando una sentencia tan singular, inspirada seguramente en alguna de las muchas consejas que todavía se escuchan en Castilla, nuestra Vicepresidenta del Gobierno pretendía desestabilizar con su advertencia  la firmeza demostrada por Susana Díaz. Así se expresaba mi abuela, nacida como Soraya en los páramos castellanos, cuando alguna muchacha de su entorno anunciaba su casamiento. “La que te espera, bonita”, decía con cierta sorna, como si fuera capaz de adivinar los sofocos y desdichas que ciertos matrimonios traen como castigo. Embarcada en bolos mitineros, caliente la boca y afilada la lengua, aplicándose en la tribuna como si fuera un monologuista más  del Club de la Comedia, Soraya no se cubrió adecuadamente las espaldas. Ahora, visto lo visto, es muy posible que aquello que pronosticaba a Susana Díaz lo padezca ella en sus propias carnes.

Cerrado el escrutinio en Andalucía, queda demostrado que el bipartidismo imperfecto que ha gobernado en España más de treinta años, demonizado por aquellos que pretenden dinamitar el sistema, no es una consecuencia directa del período constituyente de 1978. Las leyes que fortalecieron esa modalidad representativa, basada en la alternancia de dos grandes partidos nacionales, pueden amparar también la existencia de parlamentos pluripartidistas. Mal está que las dirigencias políticas coloquen a los suyos en la papeleta electoral y peor aún que duerman el sueño de los justos las prometidas primarias y las listas abiertas, pero nuestra  legislación vigente no ha impedido que las distintas cámaras legislativas reflejen en cada momento la voluntad de los electores. Así es nuestra democracia, imperfecta pero sólida, sin apellidos populistas ni directores espirituales, diseñada para acomodarse a los vaivenes políticos de la soberanía popular.

No será la primera vez que una asamblea de representantes acoja una pluralidad  tan compleja,  ya ocurrió en Cataluña y en  el País Vasco, lo que ahora cambia es la distancia porcentual entre el ganador y los que le siguen a  continuación. Ya hemos comprobado cómo se dispersa el voto y lo sucedido en  Andalucía se repetirá muy pronto en todo el país. Los andaluces han archivado la mayoría absoluta en el pasado, han dejado a la lista más votada sin diputados suficientes para gobernar en solitario, en cueros vivos a la oposición  del Partido Popular y muy contentos y satisfechos a los aspirantes recién llegados. Las nuevas minorías, bautizadas y confirmadas por el pueblo andaluz en un solo ceremonial, se negarán a figurar como comparsas en los próximos festejos y todos tendrán que adaptarse a la nueva situación. El futuro de la región, como el de toda España, dependerá de la estrategia que pongan en marcha las fuerzas emergentes. Muy pronto veremos cómo se apaña Susana Díaz en su tierra.

La coyuntura se viene modificando por culpa de los efectos devastadores de la crisis, la insolidaridad manifiesta de los poderes públicos con los más desfavorecidos, el enquistamiento de corruptos y corruptores en el entramado institucional  y los excesos de los nacionalismos soberanistas. Lo acontecido en Andalucía se reproducirá, corregido o aumentado, en toda la Nación y cuando tal cosa llegue, no me sorprendería que alguien le recordara a Soraya aquello de ¡la que te espera, bonita!