LA POLÍTICA CABE EN EL ARTE PERO NO EL ARTE EN LA POLÍTICA

Evidente es que los artistas se mueven dentro de su órbita como desean y
les inducen su libertad y experiencias, sin que dejen de depender, no
obstante, de las circunstancias, de su humor y talante, y sin poder
sustraerse tampoco a la trama de acontecimientos y prédicas de la
sociedad en que viven (a veces excesivamente y sin criterio alguno), lo
que juega con sus propias contradicciones como un impulso innovador que
impide que ningún sistema conceptual y visual baje la persiana y se llene
de polvo y carcoma.
No obstante, lo que constituye tal visión general está peligrosamente
abocada a un estrechamiento si se toma en consideración lo que señaló
Anne Cauquelin respecto a que el arte contemporáneo se enfrenta a una
necesidad de hacer visible, no el mundo de lo visible, sino su obra misma.
Así, de esta forma y con este propósito, se tiende en innumerables
ocasiones a que dilemas artísticos, plásticos y estéticos se reduzcan al
somero debate sobre una adscripción a distintas opciones políticas o
ideológicas, con lo que se obtiene el convencimiento de que ahí, dentro de
esa alternativa y estatuto, se encuentra el signo de la visibilidad y
consecución del genio creador.
Sin embargo, nada es más cierto, ya que al final, de ser así, se tornará un
hecho indiscutible –o discutible, como prefieran algunos- el que banderas,
enseñas, etiquetas, inclinaciones, preferencias, etc., si se convierten en
absolutas finalidades y núcleos de este orden como institucionalización
del arte y su desarrollo, acabarán simplificándolo, adulterándolo,
encajonándolo y hasta degradando su discurso y naturaleza. Pero no se
preocupen, por si estoy equivocado, me he endurecido con piedra pómez
mi trasero para recibir las consiguientes patadas inmisericordes.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte
(AICA/AECA)