¿La mejor conformidad con el estado del malestar es un romanticismo de quita y pon?
España está en las últimas y en tales circunstancias parece como si hubiese un retorno a los pasados estereotipos del romanticismo (seamos sinceros, nunca se han ido porque se han adaptado más o menos bien):
– Hombre y naturaleza, hombre y sociedad, hombre y destino (muerte), hombre y tiempo, hombre e historia, hombre y espacio, hombre y universo.
Por consiguiente, y situándonos en el principio, si bien la naturaleza es cíclica y un continuo renacer, estamos acabando con ella a pesar de su resistencia; la sociedad, por su parte, ya no nos permite ser héroes, nos ha abandonado y dejado indefensos en manos de los villanos. Ni Daumier ni Byron.
Y si nos resignamos a la lucha contra el destino, ésta siempre está perdida, pues se trata de una fugacidad que pasa a ser una foto, más o menos jubilosa, en el cementerio. El tiempo, por lo tanto, es inexorable, por mucho que sea el recurso fácil del que echar mano cuando se cree que hay.
Pero si confiamos en salvarnos gracias a la historia, no hay que hacerse más que una ilusión: la de la derrota. Huyamos, entonces, de ser paladines, yéndonos a otros territorios o espacios, sean o no exóticos, orientales o fantástico (Ingres, Gauguin, Delacroix y tantos más).
Así pues, la mirada y el pensamiento se quedan sobrecogidos por estos horrores, depresiones y tragedias, ruegan por el calor, el bienestar y la seguridad, mas ¿quién no es víctima ahora de la sensación de debilidad y pérdida de rumbo?
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)