LA IZQUIERDA QUE VIENE
En realidad ya está aquí. Y muestra su novedad en el uso permanente de las redes sociales y en su frecuente presencia en los medios de comunicación. La crisis desatada por el capitalismo especulativo propició la aparición de los «indignados» que eclosionaron en el 15-M y un grupo de profesores universitarios ―recordando a los líderes parisinos de mayo del 68― entendió que era el momento adecuado para que la historia volviera a repetirse y alcanzar el poder como hiciera el PSOE en octubre de 1982. Mirados en principio con curiosidad, recibieron trato de favor con el objetivo de desgastar a los socialistas (que no necesitan enemigos; sus querellas internas les bastan) y así asegurar la preeminencia de las fuerzas conservadoras. El resultado ha sobrepasado las intenciones y lo que no hace mucho tiempo eran alabanzas se han convertido en críticas: el profesor Félix Ovejero se preguntaba si vamos hacia una izquierda reaccionaria (por el apoyo a los nacionalismo, en contraposición con el internacionalismo proletario). Tampoco han faltado las acusaciones que, por el momento, han sido desestimadas por los tribunales.
Por sus manifestaciones, las influencias eran diversas: el bolivariano Hugo Chávez, el post-marxista Ernesto Laclau, partidario de no concretar en exceso para abarcar un mayor espectro social, Antonio Gramsci, inspirador del «bloque hegemónico» donde los medios de comunicación y la cultura juegan un papel central para alcanzar el poder, y, de forma sorprendente, Ortega y Gasset. Desde PODEMOS, especialmente Pablo Iglesias, ponía el énfasis en que «derecha» e «izquierda» eran concepto gastados, de la vieja política y las formaciones obsoletas del bipartidismo; ahora la división social está entre «la casta» y los humillados por el sistema. Sin embargo, el filósofo conservador, ya anunciaba en 1927 que «Ser de izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral» ( J.O. y G.: La rebelión de las masas). La práctica política y los éxitos electorales han ido mostrando a una formación que se mueve por el «síndrome de los girasoles» ―a golpe de encuesta― y por un leninismo mal disimulado en el que las decisiones del máximo dirigente son incontestables y las divergencias suponen el ostracismo.
Ahora se anuncia una confluencia con lo que queda de Izquierda Unida para desbancar al PSOE y convertirse en la fuerza hegemónica de la izquierda. A la espera de ver como se sustancia este proceso (alianza o absorción), es mucho suponer que se va a producir una adición completa de votos. De esta manera se pierde el concepto de «transversal» que algunos dirigentes de la formación morada defendían (Íñigo Errejón) y la convergencia puede no ser tan positiva como se espera. Queda por ver si en la cita del 26-J se produce el ansiado sorpasso y PODEMOS se convierte en la primera fuerza de la izquierda o aún más: el 26-J se transforma en el 18 de Brumario (ascenso de Napoleón al poder) que lleve a Pablo Iglesias a la presidencia del Gobierno (el «asalto a los cielos»). Sin embargo, no hay que descartar que los resultados electorales sean similares entre las formaciones de izquierda y terminen contraponiéndose, algo que sin la menor duda acabará beneficiando a las fuerzas conservadoras.
La crisis desatada por el capitalismo especulativo ha puesto el sistema patas arriba. Tras la integración del sujeto histórico colectivo (el proletariado) en la sociedad de consumo y el desplome del capitalismo de Estado practicado en la fenecida Unión Soviética, la supervivencia del sistema parecía a resguardo de las profecías catastrofistas de Karl Marx sobre el derrumbe del capitalismo. No obstante, la crisis (no superada) ha provocado medidas contrapuestas en Estados Unidos y en la Unión Europea para sortear los efectos de la crisis. Incluso un dirigente tan destacado con el que fuera presidente de Francia, Nicolás Sarkozy llegó a pedir la «refundación» del capitalismo. Millones de parados y una clase media que ha saltado por los aires y se encuentra de la noche a la mañana proletarizada está reaccionando a la defensiva, con reflejos muy próximos al fascismo: basta ver el crecimiento del Frente Nacional en Francia, la extrema derecha en Holanda o Alemania para pensar que vuelven los fantasmas de los años 30 del pasado siglo, a lo que hay que añadir el terrible problema de los refugiados, empujados hacia Europa por los conflictos en Siria, Irak o Afganistán.
Y esta crisis se desarrolla cuando desde las empresas de Sylicon Valley están logrando lo que Erich Fromm denominó como «autoridad anónima», el mando real del sistema productivo de forma casi monopolista, con el teléfono móvil con un efecto similar al producido por la máquina de vapor en la revolución industrial, con especial incidencia en la destrucción de empleo. Ante esta nueva mutación del sistema capitalista que por una parte, mediante la publicidad y la aparición de nuevos objetivos, alienta y banaliza el consumo, y por otra, con la utilización de tecnologías que se presentan como absolutamente necesarias para nuestra actividad personal, crean una legión de desempleados y proletariza a las capas sociales que estaban y se sentían integradas, cabe preguntarse si existe un sujeto colectivo, una formación política capaz de hacer frente a los problemas que plantea la nueva situación. De momento, la izquierda tradicional, tanto en España como en el resto de Europa, aparece desnortada y contempla impotente el desmontaje de su mayor logro: el Estado de Bienestar. Por lo que atisbamos de la nueva izquierda vemos que, de forma consciente o no, está instalada en los planteamientos de Marx y Engels que «deseaban la revolución de las condiciones económicas en la sociedad tomada como totalidad, en la base que asegura su autoconservación, pero no como cambio de las leyes de dominio, de su forma política» (T.W. Adorno: Dialéctica negativa). Un planteamiento (el poder, deseo que se remonta hasta Altamira) que pudiera recuperar una versión mejorada del capitalismo de Estado, pero que difícilmente responderá a los desafíos que ya nos interpelan desde unas nuevas formas de producción que indican nuevos caminos, aunque no necesariamente de rosas.