LA IZQUIERDA NO SE DIVIDE

Ahora se multiplica. Y lo hace con una facilidad pasmosa: «Ahora», «Ganemos», » Se Puede» o críticos de diversas formaciones que plantean nuevas alternativas. Parece como si se quisiera hacer realidad el slogan que circuló por la tv no hace mucho tiempo, resumen del individualismo más radical: «La república independiente de mi casa». De cara a las próximas elecciones legislativas, la atomización, si se mantiene, asegura una dispersión del voto y unos resultados bastante magros, muy por debajo de lo que correspondería con una agrupación de candidaturas.

Lo de Podemos e Izquierda Unida es algo que roza el género bufo. A caballo de un crecimiento casi insólito, la dirección del nuevo partido emergente muestra un rechazo, trufado de desprecio, a las peticiones de convergencia de una formación con larga trayectoria que parece que se desliza por el plano inclinado de la historia, camino del pozo del olvido. Para salvaguardar la marca, tan solo se admiten incorporaciones a título individual o que se acepten las horcas caudinas de sus condiciones y programas. Es un rechazo poco razonado (y poco razonable) donde se incluyen descalificaciones que llegan hasta un sorprendente «pitufo gruñón». Dejando a un lado que se opte por no aliarse con un partido que muestra, desde hace tiempo, síntomas de artrosis política, todo apunta a que se esconden (no demasiado bien) motivos de contenido edípico: buena parte del grupo dirigente de Podemos procede de IU, donde no se les permitió poner en marcha la renovación que habían diseñado en las aulas universitarias. De aquí la obsesión de «matar» al padre. También podría formar parte de este rechazo la conclusión que en Podemos han sacado de que lo de «izquierda» es un concepto social superado y del que hay que huir si se quiere hacer posible el «asalto a los cielos», llegar a la Moncloa para acabar con el poder de la casta.

Por su parte IU (todo un oxímoron político, donde la «Unidad» es algo más que discutible), lanza sus proposiciones de convergencia como si se tratara  de un mendigo pidiendo limosna. El candidato a las generales, Alberto Garzón, parece un suplicante de una tragedia griega, que pide la protección de los dioses para salvar la vida. Y ha insistido, con fe inquebrantable, a pesar de los muchos desplantes y no pocos menosprecios. Las lecciones recibidas en numerosas confrontaciones electorales han servido de bien poco a las sucesivas direcciones de IU, que se han limitado a cambiar de nombres y despegarse de su cuerpo social de referencia. Esa es, al menos, la imagen que los electores han recibido y han respondido con severidad extrema a una supuesta acomodación o falta de iniciativas visibles. Lo único que siempre ha trascendido han sido los enfrentamientos y divisiones que han hecho de IU una formación sin liderazgo estable y con decisiones tan sorprendentes como la de Julio Anguita, con su pinza con el PP, para superar al PSOE, o, más cercano en el tiempo, el apoyo de IU-Extremadura al popular Monago, para conseguir el gobierno autonómico en detrimento del candidato del PSOE.

Los últimos sondeos («cocinados», sin duda) muestran un panorama menos exitoso de lo que se prometía la dirección de Podemos. Para Izquierda Unida, tras el fiasco de las municipales, las encuestas apuntan hacia un destino marginal, a poco que se empeñen. Con alguna que otra excepción, la imagen que se proyecta de los ayuntamientos gobernados por plataformas ciudadanas es que se dedican a asuntos de proyección mediática (retirada de bustos, cambios de nombres, utilización de las redes sociales) que suelen tener un efecto boomerang y sirven para recargar las baterías de un PP salpicado por una trama de corrupción que no parece tener fin.

El «compromiso histórico», planteado por Enrico Berlinguer en Italia en los años 70, pretendía la actuación conjunta de las fuerzas más representativas para reformas democráticas de la sociedad y evitar salidas autoritarias (fracasó por el asesinato del exprimer ministro Aldo Moro, a manos de las Brigadas Rojas). El planteamiento «trasversal» de Podemos, para atraer a un amplio abanico de votantes, resulta, en la práctica, una rendición con duras condiciones para los grupos políticos que quieran subirse a un caballo con posibilidades de triunfo. Solo, hasta ahora, se ha registrado una excepción: en Cataluña, para el 27-S, se ha llegado con IV, el exsocio de IU, para formar una candidatura con posibilidades. En cualquier caso, la dinámica de fragmentación y enfrentamiento entre grupos de  la izquierda puede terminar como la fábula de los galgos y los podencos. O lo que es lo mismo: con muchos votos y pocos escaños.