LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE LA UE
No por esperado es menos decepcionante. El resultado de la última cumbre europea se ha saldado con un nuevo fracaso, con otro aplazamiento. Los dirigentes de esta Unión Europea, cada vez más liviana, no varían el guión y dejan la aprobación del los presupuestos comunitarios (2014-2020) para el último segundo, confirmado que toda tarea tiende a ocupar el máximo tiempo disponible para ser realizada. Cuando todos los indicadores señalan que la economía de la Eurozona entra en recesión, incluida la potente Alemania, se apuesta por recortes brutales que van a deprimir más la actividad. La argumentación se centra en que cuando todos los países están recortando, la UE no debe dar un mal ejemplo aumentando su presupuesto. Para demostrar la mendacidad de estos planteamientos, en un mundo donde el dominio de la tecnología y la investigación es decisivo, se plantea disminuir la inversión en I+D.
El presidente del Consejo, Herman Van Rompuy, abanderado de la reducción presupuestaria, espera el acuerdo para los primeros meses del próximo año. No hay prisa. Parece que bebieran de la máxima atribuida a Escrivá de Balaguer: «Lo urgente puede esperar; lo muy urgente debe esperar». Pero la situación social de Grecia, Portugal o España admite pocas demoras. No obstante, MR ha vuelto «razonablemente satisfecho» de este nuevo acto fallido y espera que, al final, la disminución de fondos pueda ser asumida por la agricultura española. Por de pronto, la «ayuda» para reflotar a una parte de la Banca, viene, además de con varios meses de retraso, con la exigencia de miles de despidos en las instituciones intervenidas.
En un planteamiento de auténtico sarcasmo, España va a pasar a ser prácticamente un contribuyente neto de la UE, cuando lidera la cifra de parados, con gran ventaja sobre el resto de países. Y, por descontado, que disminuirán las ayudas destinadas a los fondos de cohesión, sin que se haya acercado, de forma razonable, la renta per cápita de nuestro país a la media comunitaria, sobre todo en las regiones más deprimidas. Mientras tanto, Ángela Merkel, la nueva Calvino del ahorro y los recortes para los socios descarriados, se permite concesiones –ayudas a la familia, supresión de tasa por visita al médico– a sus ciudadanos ante la cita electoral que se le viene encima. Por no hablar de ese irreductible caballo de Troya que es el Reino Unido, siempre dispuesto a impedir o retrasar cualquier propuesta que avance para que la UE sea cada vez más «Unión» y más «Europea».
Aunque hubo un tiempo en que el Euro aparecía como el cemento necesario para dar solidez al proyecto de Unión Europea, la realidad es que en estos momentos son muchas las voces que lo cuestionan. La UE no solo ve en riesgo su moneda común, sino que su protagonismo en el mundo es cada vez más secundario, pues es incapaz de articular políticas que la confirmen como un protagonista decisivo en la escena internacional. En ninguno de los conflictos que convulsionan el mundo ( Afganistán u Oriente Medio) el papel de la UE es decisorio. Para colmo, la crisis económica ha agudizado dos problemas: el populismo y el nacionalismo. Junto al crecimiento de las formaciones de extrema derecha, se ha reactivado uno de los demonios familiares de Europa, como es el nacionalismo, el deseo de varios «pueblos» de alcanzar un reconocimiento negado a lo largo del tiempo. En Escocia, Cataluña, Flandes o Padania buena parte de sus habitantes claman por un reconocimiento nacional pleno. Es cierto que sus reclamaciones se sustentan en una innegable argumentación histórica, pero en tiempos como los que padecemos «Incluso al más piadoso le importa más su almuerzo diario que la Última Cena» (F. Nietzsche. Escritos Póstumos. Julio de 1879).