LA III REPÚBLICA POR LA LEY DE LA GRAVEDAD

A los 82 años de su fulgor y a los 74 de su caída, se adivina en el horizonte la imagen de la matrona República que, ondeando la tricolor, parece querer volver de nuevo a España, a pesar de que las dos experiencias anteriores fueron tan breves como convulsas.

La actual monarquía borbónica, nacida como la del «18 de julio» por designio del general Franco, evolucionó de forma muy rápida hacia planteamientos constitucionales democráticos, ganándose la aprobación de la mayoría de los ciudadanos. Pero como si se tratara de un problema de ADN, ha entrado en un proceso de desprestigio que parece en caída libre. Entre imprudencias y frivolidades ─que los correspondientes gobiernos deberían haber puesto coto, de acuerdo con la Constitución─ el Rey y su familia se encuentran inmersos en una serie de asuntos, como las relaciones con la princesa Corina o el caso Noós, que demuestran que esta familia, por muy «Real» que sea, no necesita enemigos: para dilapidar fama y fortuna se bastan ellos solos.

El Gobierno a la vista de la situación de deterioro de la Casa Real, ha tomado la decisión de incluirla en la futura ley de Transparencia, para que se conozca de forma más correcta la situación financiera de la más alta representación del Estado. No parece que vaya a ser suficiente: la opinión pública ha retrocedido de forma notable en su apoyo a la Corona; no son pocas las voces que hablan de «abdicación» (sin que todavía esté desarrollada la Ley que la contempla); crecen las muestras de rechazo también para el Príncipe heredero; y en varias poblaciones, especialmente de Cataluña, se opta (de forma testimonial, hasta ahora) por la «independencia».

Alfonso XIII cayó en unas elecciones municipales en las que, en teoría, no se cuestionaba la forma del Estado. Pero sus innumerables torpezas, entre las que destacan la absurda  Guerra de África y su apoyo a las dictaduras de los generales Primo de Rivera (Dictadura)  y Berenguer (Dictablanda), las remató con los fusilamientos de los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández, cabecillas de la chapucera sublevación de Jaca, condenados a la pena capital tras un Consejo de Guerra sumarísimo de 40 minutos. Manuel Azaña anotó en sus «Diarios» que «la monarquía cometió el disparate de fusilar a Galán y a García Hernández, disparate que influyó no poco en la caída del trono».   

Las circunstancias cambian, pero lo que parece que no cambia es la contumacia de igualar en errores a los antepasados. No hay Pacto de San Sebastián (17 de agosto de 1930) ni alianza de partidos republicanos y de izquierdas. Lo que hay es una gravísima situación económica, con millones de familias desprotegidas, a la intemperie social,  y una Familia Real dando y protagonizando muy malos ejemplos. Si la Monarquía cae, no lo hará empujada por una alianza de partidos y políticos confabulados. En la actualidad, ni de lejos, hay dirigentes de la talla de Azaña, Lerroux, Alcalá Zamora o Prieto. En estos momentos, para responder a las dimensiones de la crisis económica y las amenazas de secesión, tenemos una clase política que la propia ciudadanía, un día sí y otro también, la descalifica con un suspenso rotundo. La Monarquía puede caer por la fuerza de la gravedad del mal ejemplo de su comportamiento, y por el entusiasmo empleado en insistir en los errores.

En el anterior Acto, los militares (Sanjurjo, Quipo de Llano, Franco, Mola…) a los que tanto había mimado Alfonso XIII no movieron ni un dedo en la defensa de la Monarquía. En la actualidad, buena parte del poder económico y social conserva los resabios de franquismo: autoritarismo puro y duro que, como su inspirador, no derramará ni una sola lágrima por una institución que más que respetar, soporta.