LA GUERRA CONTRA SIRIA NO TENDRÁ LUGAR

No se trata de un vaticinio. Es un intento de parafrasear la obra teatral de Jean Giraudoux, estrenada en 1935, justo entre dos Guerras Mundiales. El autor nos presenta los esfuerzos de dos destacados guerreros (Ulises y Héctor) empeñados en evitar la tragedia. Pero está claro que al líder griego Agamenón no le mueve el deseo de vengar la afrenta del troyano París, al raptar a Helena, esposa de su hermano Menelao, sino el ansia de poder, el propósito de extender el poder de los aqueos hasta los últimos confines del mar Egeo. Andrómaca, la mujer de Héctor, no encuentra ningún atisbo de épica en la guerra que se avecina y no duda en señalar que «En las vísperas de una guerra todos los acontecimientos se revisten de un mismo barniz, la mentira. Todos mienten».

Por supuesto, la situación actual es tan dramática como en la hipotética Troya de 1300 a. C., pero carente de toda épica, pues los personajes no están a la altura. El presidente sirio Asad es un dictador sanguinario, a mil años luz de venerable Príamo, rey de los troyanos. Y Obama y Putin, a lo más que pueden llegar es a remedo grotesco de Ulises y Héctor. En el gran tablero de intereses que es Oriente Medio, todos los actores mueven las fichas en favor de sus propósitos. La guerra civil de Siria ha provocado miles de muertos ante la pasividad de la comunidad internacional, a pesar de la atrocidad de las imágenes que se han difundido por diversos medios. Ha sido el empleo, todavía no aclarado de forma incontestable, de las armas químicas lo que ha sobrepasado la «línea roja» marcada por el premio Nobel de la Paz, para decidirse a emprender en una «guerra justa» como sostén de una buena causa. Ante fiascos precedentes― Irak, Afganistán o Libia― no son pocos los dirigentes que se han mostrado renuentes a sumarse a una coalición dirigida por Estados Unidos para emplear la fuerza contra el régimen sirio. Se piensa que el remedio puede ser tan catastrófico o más que la enfermedad, pues la caída de Asad podría desembocar en un nuevo régimen islámico (con el denostado Irán al fondo) o la fragmentación del país, añadiendo descontrol y tensión a una zona sobrada de tan peligrosos ingredientes y que dispone de fuentes energéticas vitales, hasta ahora, para la economía de Occidente.

Del ataque inminente se ha pasado a una tregua en la que se intenta que todo ―guerra o paz― se realice con el apoyo de la ONU y su Consejo de Seguridad, un organismo que ha sido incapaz de hacer cumplir sus resoluciones a Israel, uno de los actores más involucrados en este conflicto, y siempre partidario de emplear la fuerza allí donde lo ha creído conveniente.

A pesar de los pingües beneficios para la industria de armamentos, la guerra, por muy «justa» que se presente, no resulta popular, como demuestra el traspiés dado por Cameron ante el Parlamento británico, o las dificultades que está teniendo el propio Obama para sacar adelante un apoyo claro por parte del Senado y la Cámara de Representantes. Bueno sería que el drama sirio no terminara como la obra de Giraudoux: a pesar de los esfuerzos pacifistas de Ulises y Héctor, la guerra acaba por estallar, dados los intereses en juego. En Siria hay una seguridad palpable: es un drama terrible. Y un interrogante: ¿hasta dónde pueden llegar sus dimensiones? No obstante las palabras de paz, en la zona se siguen acumulando activos bélicos. Y al final, si hay guerra, ocurrirá lo de siempre: los que las desatan quedan a cubierto y las víctimas las ponen los mismos.