LA ESPADA DE YAVÉ
De nuevo asistimos a una escalada en el enfrentamiento entre Israel y los palestinos con un considerable número de víctimas inocentes, en su mayoría mujeres y niños; y de nuevo la comunidad internacional no pasa de la retórica de pedir contención a las partes. Por supuesto, la ONU, siempre dispuesta a enviar fuerzas de interposición en los más variados conflictos, en este caso está neutralizada por el veto de Estados Unidos, que ejerce de rehén-protector del gobierno de Israel.
El 14 de mayo de 1948 se hacía pública la declaración de independencia de Israel, en cumplimiento de la resolución 181 de 29 de noviembre del año anterior, y se iniciaba un conflicto al que no se le ve salida, pues los árabes no aceptaban la creación del Estado judío. Hasta ahora, el enfrentamiento militar se ha decantado de forma abrumadora del lado hebreo. Y en el caso concreto de la pugna con los palestinos, la desproporción es apabullante: un ejército que dispone del más sofisticado armamento frente a unas milicias que insisten en lanzamiento de cohetes tan alarmantes como ineficaces. Leer que «Israel y Hamás intercambian cohetes en plena escalada militar» (El País 10-07-14) es ocultar la realidad de un combate absolutamente desequilibrado. El inicio de este nuevo enfrentamiento se concreta en el asesinato de tres jóvenes judíos. En el «ojo por ojo y diente por diente», decenas de palestinos han perdido ojos y dentaduras, al mismo tiempo que sus vidas.
A lo largo de la historia, los judíos han sido injustamente perseguidos, expulsados y masacrados, haciéndoles responsables de todo tipo de desgracias con argumentos absurdos. A pesar de estas injusticias, los judíos han aportado a la ciencia y la cultura una lista interminable de personas que han enriquecido el saber universal. Pero para remediar una injusticia de siglos se partió de una premisa equivocada: «un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo» (Lord Shaftesbury, 1884). La Tierra Prometida por Yavé al Pueblo Elegido ya estaba ocupada, desde hacía varios siglos por otros habitantes que no estaban dispuestos a ser desalojados impunemente. La Declaración Balfour de 1917, reconociendo un Hogar Nacional judío en Palestina se vio impulsada por el horror del nazismo y sus campos de exterminio. Y así una «reparación» ha devenido en «injusticia»: los palestinos se han convertido en «los judíos» de Israel: millones fueron obligados al exilio y las autoridades israelíes les niegan el «regreso» que ellos tanto reivindicaron. Y Gaza se parece cada día más a la Varsovia asediada por las tropas hitlerianas.
Theodor Herzl, el ideólogo del Estado judío, imaginó una nación en la que imperase la libertad y la paz con los vecinos; en la que se protegiera a los trabajadores de los abusos del capitalismo, aunque respetando la propiedad privada y la igualdad de derechos para todos, con independencia de nacionalidad, religión o sexo. Es más, llegó a afirmar que «No dejaremos por tanto que emerja la veleidad teocrática de nuestros religiosos. Sabremos mantenerlos en el interior de sus templos, como sabremos mantener a nuestro ejército profesional en el interior de sus cuarteles (T. Herzl. El Estado Judío). Pero como siempre, el sueño de la razón engendra monstruos: Ejército y Religión se han convertido en los pilares esenciales de un Estado que se postulaba como reparador de una injusticia milenaria para conseguir paz y prosperidad, junto con la convivencia con sus vecinos, y se ha transformado en pieza esencial de un área geopolítica extremadamente sensible, con el petróleo y la expansión del fundamentalismo islámico como principales referencias para hacer imprescindible y justificable la política de Israel. La élite dirigente, apoyada en los ultranacionalistas, que no en la mayoría de los ciudadanos, se ha apartado del sionismo fundacional y ha vuelto a las fuentes de la Biblia, donde Yavé pide al «pueblo elegido» que empuñe la espada y se consagre al exterminio, como en la caída de Jericó.
Todos estos años de enfrentamientos avalan que la paz entre judíos y palestinos no vendrá de negociaciones directas. El esfuerzo de Isaac Rabín, con los Acuerdos de Oslo, para alcanzar la paz con la OLP de Arafat, fue subrayado con su asesinato a manos de un ultranacionalista al que le achacaron conexiones con el todo poderoso Mossad. Si la comunidad internacional se implica de una vez por todas en buscar una solución a este conflicto, el derramamiento de sangre continuará. Y lo hará por la sencilla razón de que a ninguno de los grupos dirigentes de ambas partes les interesa la paz: Ejército, Mossad y ultraortodoxos tendrían poco que decir en Israel; las milicias de Hamás perderían el control de la causa palestina. Prefieren su status actual a ingresar en un kibutz como trabajador agrícola, o a la kasbah como vendedor ambulante.