LA CURA DE DAVOS

Tal como nos cuenta Thomas Mann en su novela La montaña mágica los miembros más pudientes de la burguesía de los primeros años del pasado siglo acudían al sanatorio Berghof de la localidad suiza de Davos para tratar de curarse de la enfermedad de moda en aquella época: la tuberculosis. En la actualidad no es el bacilo de Koch el que amenaza la salud de Europa, sino el cáncer del paro.

Como un acto casi religioso, lo más granado de las élites económicas y políticas se citan anualmente en Davos para examinar los problemas que aquejan a los principales pacientes  de la economía mundial. Y desde hace varios años está claro que uno de los enfermos que presenta un peor cuadro clínico es Europa. La fiebre del desempleo no para de aumentar cada vez que al enfermo se le realiza un control de temperatura. Se han recortado salarios, derechos y prestaciones y otras cuestiones secundarias, pero el paciente no da muestras de recuperar la salud. Ángela Merkel, en su papel de directora del sanatorio, insiste en las recetas de austeridad, suministradas en dosis masivas, con independencia de la opinión de otros reputados médicos. Uno de sus ayudantes más valorados, el Dr. Schäuble, ha sido tajante en una de las reuniones de debate: «la austeridad contribuye al bienestar». Y esta aseveración tan tajante la ha realizado a pesar de tener ante sus ojos los últimos datos de la fiebre: 26 millones de parados en toda Europa. La doctora Lagarde, del FMI, está de acuerdo con la medicina empleada (los recortes), aunque tiene sus dudas sobre las dosis (el ritmo de reducción del déficit). Tan solo el profesor norteamericano Stiglitz se ha atrevido a alzar su voz discrepante y ha pronunciado una evidencia médica (y de sentido común): «Sin consumo no hay crecimiento».

En estos momentos Europa, al igual que Hans Castorp, el protagonista  de La montaña mágica, se encuentra perdida en una tormenta de nieve, y está realmente asustada porque no atina con la forma de salir de esta grave situación. Su posición preponderante en la economía mundial ha sido superada y corre el peligro de quedar reducida a un área marginal en la que alguno de sus miembros tan solo mira por sus intereses a corto plazo (Alemania) o bien se plantea la posibilidad de separarse y marchar por su cuenta (Reino Unido). A la competencia desleal de China, con salarios por los suelos y derechos inexistentes, se ha unido la corrupción y el desenfreno de la especulación financiera que desde Wall Street y la City han desencadenado un vendaval que ha puesto patas arriba todas las estructuras económicas. La reacción ha sido, en esencia, salir, con recursos públicos, en ayuda de los que de forma delictiva  han provocado la crisis. Y ahora, por si no había suficientes problemas, se nos advierte que tanta inyección de dinero en el sistema bancario, por parte de la Reserva Federal de USA y del Banco Central Europeo, puede provocar una nueva burbuja: esta vez de exceso de liquidez.

No son pocos los intereses del capitalismo especulativo que apuestan por la desarticulación de Europa, empezando por la fractura del Euro, para dejarla en el mapa de las decisiones geopolíticas como una potencia fallida. La reacción no puede ser otra que defender la moneda propia y las instituciones comunes, con una integración cada día mayor, para poder superar el cáncer del paro que si no recibe un tratamiento adecuado provocará, en un plazo más o menos próximo, la inevitable muerte del enfermo.