La costilla del Partido Popular
Y Albert Rivera tomó una costilla del PP y creó un nuevo partido político. Ciudadanos se presentaba a los electores como la bisagra imprescindible para gobernar en aquellas comunidades y municipios donde no hubiera una mayoría clara. No será así. Por mucho que presuman en las pasarelas políticas, contados ya los votos emitidos en cada circunscripción, las expectativas virtuales de Ciudadanos no se han cumplido. En casi todas las instituciones renovadas, simulaciones aparte, tendrán que acoplarse en la bancada de artistas invitados.
A pesar de lo expuesto, siempre aparece alguna excepción que confirma la regla general. En la Comunidad de Madrid, como en la Comunicada de Andalucía, la singularidad se ha transformado en un condicionante fundamental. Todo dependerá finalmente de lo que ellos decidan. En ambos territorios, y en alguno más, se verán obligados a comprometerse con los proyectos de futuro que reclaman su asistencia, superando así la virginidad impostada de los primeros días.
Con su apoyo, activo o pasivo, pueden investir a Susana Díaz en la región andaluza y apuntalar en Madrid un gobierno de derechas presidido por Cifuentes. En el sur lo tienen muy fácil, ganaron los socialistas ampliamente y no existe allí alternativa alguna a la lista más votada, pero aquí podría formarse una coalición de izquierdas, con el PSOE de Gabilondo y Podemos, que se quedaría a un solo escaño de la mayoría absoluta.
En ese caso, tan complicado como posible, el Partido Popular solo se mantendría en el Palacete de la Puerta del Sol con el sostén explícito de Ciudadanos. En definitiva, Cristina Cifuentes necesita que Ciudadanos se pringue hasta las cejas en todas y cada una de las futuras decisiones que adopte como presidenta de la Comunidad. De no ser así, la sucesora de Ignacio González no podrá gobernar.
Albert Rivera sabe que soplan vientos de cambio en todos los rincones del Estado, él mismo es uno de los primogénitos de ese vendaval renovador, pero si burla los deseos del pueblo soberano y afianza las ruinas de un partido que acaba de desmoronarse, habrá contribuido a prolongar una coyuntura totalmente agotada. Aunque Cristina Cifuentes se nos presente como un verso suelto, dotada de la misma independencia que Alberto Ruíz Gallardón mantuvo en su época, ha llegado donde está de la mano de Mariano Rajoy.
La candidata popular milita en un PP presidido aún por Esperanza Aguirre y muchos de sus compañeros electos le deben el puesto a la lideresa popular. Mientras no se convoque un congreso extraordinario que modifique los planteamientos programáticos del PP y releve a los dirigentes colocados en la ejecutiva por Aguirre, Cifuentes forma parte de un colectivo que se corrompió hasta el tuétano, que aplicó formulas económicas capaces de quebrantar el estado del bienestar, que recortó los presupuestos en los sectores más sensibles, que intentó privatizar la educación y la sanidad públicas y que gobernó sin tener en cuenta la opinión de nadie.
Esa forma de comportarse, combatida y condenada en las calles de Madrid, es la causa fundamental del vuelco electoral. Por muchas condiciones que ponga sobre la mesa Albert Rivera, más de doscientas según él, transferir a la cuenta popular los sufragios de aquellos centristas moderados que han abandonado al PP, convertiría a Ciudadanos en una costilla de la formación conservadora.