La copla de Cansinos

Hay escritores que se ahogan en el triunfo, incapaces de nadar en las aguas cálidas del éxito, como hay otros que chapotean con gracia altanera por las orillas de las enciclopedias y de las salas de trofeos de la literatura. Rafael Cansinos Assens no pertenece ni a la estirpe de los consagrados, como Valle o Rubén, ni a la saga maldita de la bohemia o golfemia, por donde pulularon Alejandro Sawa o Armando Buscarini. Su sitio en la historia de la literatura española, a la espera de lo que sería un olímpico resurgimiento, está en un limbo mágico, en las cercanías del olvido, pero un olvido con aureola.

Cansinos, el sevillano que llegó a Madrid en 1898, era un escritor raro que encontró en Borges su mejor panegirista. El genial argentino desdeñó a Cervantes y ninguneó a Lorca, a la vez que se confesó discípulo de Cansinos. Me cuenta mi amigo Miguel Astorga, hombre de melisma y duende, que justo ahora se cumplen noventa años de la publicación de “La copla andaluza”, un libro en el que Cansinos se sumergió en los orígenes y misterios no solo de la canción andaluza, sino también en las honduras flamencas, un territorio en el que se había movido, varias décadas atrás, Demófilo, el padre de los Machado, un folklorista interesado en el cante hondo como suprema manifestación artística de transmisión oral. Rafael Cansinos fue el fundador del Ultraísmo, movimiento de vanguardia, surgido en 1918 en oposición al Modernismo, en la tertulia del Café Colonial de Madrid, local animado por nombres como Pedro Garfias, Guillermo de Torre o Juan Larrea. Fue además traductor de “Las mil y una noches”, “El Corán”, Dostoievski, Balzac o Goethe. Y entre sus libros destaca, sobremanera, “La novela de un literato”, unas voluminosas memorias, que son recuento de un tiempo literario pródigo en grandezas y manías, en obras brillantes y pesadumbres personales.

Delante de mí tengo un libro editado en 2002 por la fundación que preside su hijo Rafael; un volumen que es una delicada obra de arte, desde su propia hechura. “Bohemia” es el título de este ejemplar de tapas duras y exquisito diseño, en cuya portada se nos muestra la estampa de Manuel Molano, un estrafalario filósofo, con fama de terrible, de edad fronteriza entre la juventud y la madurez, y pose serena como de quien se ha cansado de perseguir el éxito o sabe que el fracaso no es sino su cara más tranquila. Cuenta su hijo Rafael que a Cansinos Assens no le gustaba la bohemia y menos los bohemios. Como él, hubo muchos displicentes con ella, desde Baroja a Rubén, de Valle a Azorín. Sin embargo, aquella murga de literatos hambrientos y borrachines ha quedado en la memoria popular como un romántico destilado de malditismo, canalla parisién, enfermedad prestigiada, morbo de noches sin sueño y días sin jornal, paredes sórdidas, vinazo en la taberna de Pica Lagartos, cafés con espejos y divanes. Luces y sombras de un linaje con meretrices de esquina, cucarachas en la alta madrugada, chalinas de lana, pipas apagadas y greñas de desahucio y jactancia. La pasión bohemia nacía en los Campos Elíseos y moría de inanición en la Puerta del Sol, entre tanto ahí estaban aquellos literatos con más ambición que sintaxis, víctimas de un espejismo de escaparates de neón y señoras con sombrero. Héroes enmascarados, sofrito de fracaso con migajas de felicidad. Bohemia que retrata Cansinos. Trasnoche de lunas llenas, bigotes con la impronta de Óscar Wilde, horas sobrantes, humo sin sueño, decadencia, torerillos sin plaza y gitanos que hacen palmas en los tablaos de la madrugá.

Original en elobrero.es

Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.