LA CONJURA DE LOS NECIOS
Trabajar más años y más duro. Ese es el mensaje para España de Jeroen Dijssbloem, Presidente del Eurogrupo y ministro de Economía de los Países Bajos. Como primera observación, habría que señalar que millones de ciudadanos españoles simplemente se darían con un canto en los dientes y se conformarían simplemente con «trabajar», aunque no fuera «más duro». Para este dirigente europeo las circunstancias han cambiado y hay que adaptarse a ellas por lo que conviene olvidarse, cuanto más rápido mejor, de recuperar los niveles de actividad y prestaciones de antes de la crisis.
La actual clase dirigente europea ─neoconservadora, salvo alguna tibia excepción─ parece que ha tomado buena nota de la Tesis XI sobre Ludwig Feuerbach, de K. Marx, donde el autor de EL Capital , asevera que para transformar el mundo, primero hay que interpretarlo, comprenderlo. Pues bien, los dirigentes europeos han comprendido que había que desmantelar el Estado de Bienestar para transformarlo en algo más eficiente (a sus intereses, claro está). El paradigma inspirado por la Socialdemocracia y el llamado «capitalismo renano» tenía sus bases en la libertad, la superación de las desigualdades, la justicia y el control razonable del mercado. Estos planteamientos se han convertido en inconvenientes severos tras la crisis financiera iniciada en Estados Unidos, con las subprime, y que se trasladó a Europa con las consecuencias que todos (casi) padecemos.
Fue el mismo gobierno holandés, del que forma parte el Presidente del Eurogrupo, el que anunció que «se acabó lo que se daba», que el Estado del Bienestar había que darlo por finiquitado y pasar a otro de solidaridad y asistencia. Ahora la inspiración rectora va por otros caminos, aquella que nos muestra lo más descarnado de la condición humana: egoísmo, competitividad a ultranza, insolidaridad; en definitiva, el sálvese quien pueda. Basta ver el auge de los movimientos xenófobos, con políticas gubernamentales contra la emigración (Reino Unido), o los nacionalismos secesionistas para percatarse que el huevo de la serpiente puede volver a incubar al monstruo de la barbarie.
Al tiempo que escuchamos celebrar avances de tortuga en la cifras de la macroeconomía ─crecimiento económico o descenso del paro─ como si se tratara de logros al alcance de muy pocos y con expresiones más propias de Cantinflas o Chiquito de la Calzada, conocemos, por medio de una publicación especializada, que unas 30 fortunas controlan buena parte de la riqueza de España. Es un dato más que confirma otro tan obsceno como lacerante: en parecido porcentaje aumenta el número de ricos y el de pobres, de desposeídos. La consecuencia inmediata es la desaparición práctica de la clase media y la «muerte civil» de millones de personas que no solamente han sido arrojadas fuera del hacer diario, de la historia, sino que quedan apartadas de la vida misma.
Ante esta particular conjura de los necios que gobiernan los destinos de buena parte del mundo desarrollado, las reacciones son, hasta ahora, asumibles. Es más, ciertos conflictos se manipulan, enquistan o se exacerban para servir de cortina de humo a lo importante: el desmantelamiento de los derechos conquistados con no pocos sacrificios para una distribución más justa y razonable de la riqueza generada por toda la sociedad. Al peligro de la barbarie nuclear, desatada por una carrera de armamentos absurda y ruinosa, se sumó la agresión ecológica, ciega y continuada por un desarrollo insostenible en el tiempo; y ahora se añade el holocausto socioeconómico que está dejando a millones de individuos en simples cifras del paro. Tratar de volver a las relaciones laborales anteriores a la Revolución Industrial, aunque sea con ordenador y móvil de última generación, es tan necio como suicida y, como decía la canción de Bob Dylan, «de una forma u otra esta oscuridad tiene que acabar»