LA CONJURA DE DOS NECIOS

Ni tan siquiera es necesario decir sus nombres. El presidente del Gobierno y el de la Generalitat de Cataluña han logrado sus propósitos, uno apoyado en la indolencia y el otro en la huida hacia adelante. Los resultados de la cita electoral del 27-S confirman que la capacidad de empeorar no tiene límites y que la solución a un problema de la magnitud del independentismo catalán se ha agravado.

La victoria de los independentistas no será suficiente, pero es de una magnitud apabullante y demuestra que la cosa «va en serio». No da para declarar la independencia de forma unilateral, por más que las manifestaciones de las primeras horas, y en caliente, aseguren que es suficiente para seguir con la hoja de ruta. Con menos del 50% de los sufragios emitidos el reconocimiento internacional no es posible, salvo Venezuela o Corea del Norte. Sin embargo, la temida (y tantas veces anunciada) división de la sociedad catalana ha quedado certificada sin el menor género de dudas y es una división que costará (si es que se logra e intenta) muchos años en repararse.

Se asegura que el presidente de la Generalitat es un superviviente nato, que tiene siete vidas (políticas) y cuando se le extiende el certificado de defunción él va y resucita. No obstante, en esta ocasión ha jugado a la ruleta rusa con un revolver que tiene cinco balas en el tambor: necesita los votos de la CUP (anticapitalista y antieuropeista) para seguir al frente del ejecutivo catalán y, hasta ahora, los portavoces de esta fuerza política que quiere salir de la Unión Europea y del euro han señalado que con sus votos (necesarios) no se puede contar. Salvo enjuagues y manejos entre bastidores (nada descartables en política) no habría votos suficientes para la investidura de President, con lo que se tendría que ir a una nueva convocatoria de elecciones cuyos resultados, ahora, es inútil imaginar.

Por su parte, el presidente del Gobierno parece que se ha tomado la cita electoral en Cataluña como una tormenta de verano que ha descargado con virulencia (especialmente sobre su partido), pero que ya ha pasado y ahora, a pesar de las inundaciones, las aguas volverán a su cauce. Es más, el «peligro independentista» debe servir como un soporte fundamental para las próximas elecciones generales que van a permitir al PP presentarse como el único garante de la unidad de España; el partido que está dispuesto a reformar el Tribunal Constitucional, por vía de urgencia, para atar en corto cualquier iniciativa rupturista. Los demás se pierden en propuestas de reformas constitucionales que no concretan y que son la antesala de la disgregación del Estado.

No son pocos e importantes los puntos en común de estos dos dirigentes y sin embargo el enfrentamiento es de alta tensión: comparten una acción de gobierno que ha practicado, al socaire de la crisis económica, unos recortes brutales en Educación, Sanidad y protección social, amén de presentar casos de corrupción que llegan hasta lo más profundo de la médula de sus respectivas  formaciones. Pues bien, con «virtudes» tan afines son incapaces de entenderse y han elegido la vía que mejor puede tapar sus vergüenzas: la estelada y la unidad de España. Por encima de los réditos a corto plazo, el rumbo de colisión entre Cataluña y el Estado tan solo puede terminar en un naufragio con muchas víctimas.

Prácticamente  todos gobiernos habidos desde el inicio de la Transición se han apoyado, de una forma u otra, en el centro-derecha catalán, encabezado por el hasta no hace mucho «honorable» Jordi Pujol. Puede que sea una coincidencia, pero la ruptura de la impunidad de CIU y sus dirigentes y allegados casi coincide con el viraje independentista de esta formación. En cualquier caso, la desafección de Cataluña hacia el resto de España es un problema complejo que necesita análisis sereno. Lo que sí está claro es que nos encontramos en una situación tan peliaguda como la de la Transición. En aquel momento se dio la  circunstancia de contar con dirigentes que asumieron el reto y respondieron a las necesidades y posibilidades que la situación demandaba y permitía. Pero lo que también parece meridianamente claro es que con políticos como los necios que nos ocupan, la situación solo puede empeorar.