LA COARTADA PERFECTA
Pocos asuntos concitan tanta unanimidad como la situación de la economía española. Nos lo dicen con harta crudeza los datos que desde el FMI nos facilita su gerente-Casandra, Christine Legarde, y los corrobora el ejecutivo de MR, que presenta como ineluctables unos recortes que lo único que hacen es agravar más la situación. Así lo entienden los inversores de los tan traídos y llevados «mercados», que han colocado la prima de riesgo de España en una situación que el rescate como país parece que lo encontraremos a la vuelta de la próxima esquina.
Después de vaticinar de forma machacona la catástrofe de la economía española bajo el mandato de ZP, el gobierno de MR recurre a la herencia recibida, como si no hubiesen tenido participación alguna en el inicio de la burbuja inmobiliaria y en el control de varias autonomías, para justificar unas medidas que están aumentando los males que dicen combatir: el desempleo y la depresión económica. Sin embargo, la certeza de la herencia recibida no puede ocultar que Mariano Rajoy, integrado en la Logia del Hacha, que tiene como Gran Canciller a Ángela Merkel, venía con los deberes preparados: desguace de leyes para establecer una especie de derecho de pernada laboral, con la excusa de modernizar el mercado de trabajo. Dejar la Enseñanza y la Sanidad públicas en meros servicios marginales para que el grueso de estos apartados sean explotados como pingues negocios por la iniciativa privada, hincando también el diente en el transporte ferroviario, los aeropuertos rentables y algunos servicios relacionados con la dependencia.
Sin embargo, la pieza a cobrar eran las cajas de ahorro. Casi la mitad del negocio bancario estaba en manos de estas entidades controladas por políticos, sindicalistas, impositores y demás «irresponsables». La cacería la inició el gobierno de ZP y el de MR la ha proseguido con saña. Aprovechando el descrédito y la mala gestión de varias cajas, en su mayoría controladas por el PP, se ha dado la puntilla a un sector con muchas entidades bien gestionadas (Caixa, Ibercaja, Unicaja, Cajastur, etc.), pero que eran un estorbo para los márgenes de ganancia de la gran banca. La guinda de este despropósito ha sido Bankia, una entidad con graves dificultades, pero que las exigencias de dos reformas tan seguidas como desacertadas han precipitado su caída. Aprovechando la mala situación de la antigua Caja Madrid, se ha realizado un ajuste de cuentas cainita a sangre y fuego que se ha cobrado una pieza de tanto prestigio como Rodrigo Rato, santo y seña del buen hacer de la política económica del Partido Popular. Esta operación se ha llevado a cabo despreciando los intereses de impositores y accionistas, y sin tener en cuenta que se ponía en juego la solvencia de todo un país.
El gobierno de MR ha ejecutado el plan que tenía previsto, aunque oculto, y ha utilizado la desastrosa herencia recibida como una coartada perfecta. Pero al mismo tiempo terminó por creerse su propia mentira: que su llegada al poder tendría un poder catártico, con empresarios invirtiendo y contratando sin descanso y con los mercados confiando en la eficacia de las medidas del, ahora sí, «buen Gobierno». La realidad es bien distinta, con unos dirigentes que han logrado lo que parecía imposible: empeorar la gestión de sus predecesores y llevar al país a las puertas de un incendio social. Para miles de personas en España, su situación parece cincelada por una frase de Strindberg «El infierno no es lo que nos podría pasar, es nuestra vida presente».