LA CAJA DE PANDORA. Teófilo Ruiz
Ni los dioses son eternos y no hay razones para pensar que una unidad política y territorial, como lo es un Estado, no termine por fragmentarse. Sin ir más lejos, Escocia se plantea su posible separación del Reino Unido y no parece que vaya a correr la sangre. Sin embargo, aquí se ha roto la caja (o vasija) de Pandora que mantenía sujeta la siempre difícil relación entre Cataluña y España y el enfrentamiento, de nuevo, parece inevitable.
La crisis económica, que ha arrasado con tantas cosas, está golpeando con especial dureza en Cataluña y los recortes del gobierno de CIU van más de un paso por delante de los de MR. Como el asumir responsabilidades no es moneda de uso corriente, se ha optado por buscar culpables exteriores. CIU, que durante años ha alardeado de moderación y centralidad para facilitar la gobernabilidad de España, se ha subido a la grupa de un caballo llamado «independencia» que, por lo visto en la manifestación de la Diada, corre el serio peligro de desbocarse, por más que MR dijera que era un simple «lio» (muy en línea con sus «hilos de plastilina» del Prestige). Desde los acomodados dueños de los palacetes de Pedralbes hasta las víctimas de los ERE de las fábricas de Martorell, todos comulgaban con una idea común: la independencia de Cataluña es la solución a los graves problemas que afectan a la sociedad catalana; libres del pesado fardo que supone el caminar unidos a España, la salida de la crisis será mucho más fácil.
La relación España-Cataluña nunca fue buena: la entrada de las tropas de Felipe V en Barcelona (11 de septiembre de 1714) y los Decretos de Nueva Planta suprimieron los fueros y privilegios del Condado de Barcelona, pero, aunque lo intentaron, no pudieron acabar con el idioma. El catalán alcanzó prestigio internacional como uno de los idiomas de la Cancillería del Reino de Aragón, y la Iglesia Católica se encargó de mantenerlo hasta la renaixença cultural del siglo XIX. La llegada de la II República devolvió la autonomía política a Cataluña, con un enfrentamiento sonado entre Azaña y Ortega en el que se reconocía el difícil encaje entre la unidad de España y las legitimas aspiraciones de Cataluña. Años después Azaña recordaba la deslealtad de los gobiernos autónomos vasco y catalán para con el gobierno de la República (M.A.: Causas de la guerra de España), hasta plantearse un eje Barcelona-Bilbao para oponerse al Gobierno de España en defensa de sus competencias autonómicas, en plena guerra contra la sublevación franquista.
Por suerte, ahora no estamos en la situación de la contienda civil del 36-39, pero el escenario social y económico es muy grave. Ya Euskadi hizo el amago de secesión eufemística con la propuesta de Estado asociado, planteada por Ebarretxe. En Cataluña, una sociedad que, por edad, en buena parte no ha sufrido los rigores de la dictadura y que ha sido educada en una visión deformante de la relación con España como bandera de agitación política y como cortina de humo para tapar erróneas o fraudulentas prácticas, cree tener pocas razones para seguir perteneciendo a un Estado al que se le presenta como responsable último de las privaciones y recortes actuales.
Las soluciones no son fáciles, pues ya es muy poco lo que puede conceder España, que tiene transferidas las partidas más importantes a los gobiernos autónomos, al tiempo que se ve limitada por las competencias de Bruselas. Por otra parte, la secesión no está contemplada en la Constitución española y el camino, aunque hubiera acuerdo, sería largo y supondría la salida, por algunos años, de Cataluña de la Unión Europea y del euro. Se admite que no hay una mayoría nítida ante el hecho de la independencia, pero con el tiempo puede crearse. Es de esperar que no se recurra, ni de lejos, a los métodos empleados en Euskadi.
Es muy poca la confianza que puede depositarse en dirigentes como Artur Más o MR, pero tendrán que buscar alguna solución al problema: buena parte de la sociedad catalana, con todo su arco social, está convencida de que la independencia, la secesión de España, es la mejor salida a la crisis socioeconómica que la golpea. Por contra, el ordenamiento jurídico español no permite satisfacer esos planteamientos. Así las cosas, el encaje de Cataluña en España continúa como una herida sin cerrar. Una vez más, hay que admitir que la capacidad de empeorar es infinita.