La buena sombra de Ruiz Zafón

Tengo una cabeza prejuiciosa, y por lo mismo tirando a tonta, que me pone en guardia ante los libros que le gustan mucho a mucha gente. No me ocurre a mi solo, ojalá fuera una limitación personal, es más bien una seña de identidad de una tipología de gente aproximadamente culta, mayormente en materia libresca, de natural snob y filiación tal que llaman progresista. La vieja diferenciación entre lectores mecánicos y lectores natos, que fijó la norteamericana Edith Wharton. En todo caso, los hay más tontos y prejuiciosos que yo, que aunque no soy vicioso de los best-seller de vez en cuando me enredo con alguno. Me ocurrió con La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón. Con esa novela, que no fue un éxito previsible fruto de un gran lanzamiento editorial, me pasó una cosa curiosa. Y es que la vi nacer en las librerías y paulatinamente ir creciendo. Observaba que durante meses, e incluso puede que varios años, iban saliendo nuevas ediciones, de forma nada aparatosa, hasta llegar a convertirse en un poderoso artefacto que ha vendido millones de ejemplares. De manera que lo bonito de aquella aventura, lo romántico, es que no se trató del libro de un autor muy conocido predestinado a arrasar en las librerías, sino un pequeño velero echado al inmenso océano de la letra impresa que termina convertido en un coloso. Fui viendo, ya digo, crecer la novela en las librerías, ganar espacio y un hueco mejor, pero yo tardé bastante tiempo en animarme a leerla. Recuerdo que fue en verano de 2005, en un crucero fluvial San Petersburgo Moscú, menos apasionante de lo inicialmente pensado, cuando me eché a nadar en sus páginas. Y confieso que fue una lectura fascinante, una de las cosas más inolvidables de aquel veraneo ruso. Cualquier libro,58como todo en la vida, es una disposición de ánimo, de manera que no sé qué me hubiera parecido la novela en otra circunstancia, pero en aquellas relajadas vacaciones fue una extraordinaria peripecia por los tejados, los chaflanes, los desvanes y el cementerio de los libros olvidados de la Barcelona romántica y traumatizada de la primerísima posguerra y de las décadas anteriores, esa Barcelona tan bien contada literariamente por escritores como Marsé, Mendoza, o Mercedes Salisachs. Ruiz Zafón, que acaba de morirse, de ahí esta parrafada, no es un escritor en absoluto intelectual, ni tampoco mediático. Las pocas veces que lo vi en televisión me pareció más bien insulso, incluso antipático y con un discurso literario más bien pobre. En mi caso, tras aquella sombra del viento no me volvió a picar la mosca de la curiosidad, de manera que no he seguido su obra y no tengo un juicio crítico, ni Dios lo quiera. Sencillamente me he despertado con la noticia de su muerte, a los 55 años, y estas cosas siempre convocan un poco la melancolía porque completan la evidencia de que tanto da el éxito como el fracaso, antes o después todo y todos acabamos en el mismo sitio. Carlos Ruiz Zafón lo ha hecho demasiado pronto. Que los ángeles y los demonios de la literatura le den buena sombra.

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