¿La abstracción ya es historia o ya está harta de que le den palos?

Fue a partir de Kandinsky cuando existió el convencimiento de que existe una realidad psíquica o espiritual que sólo puede ser aprehendida y comunicada por medio de un lenguaje visual cuyos elementos –especialmente los colores- son símbolos plásticos no figurativos.

Con ello la abstracción, por lo tanto, obvia en su momento la supeditación del color, y éste adquiere esencia propia, libertad y autonomía en sus valores constructivos, inteligibles y simbólicos, con lo que además se produce una transgresión de los límites formales.

No obstante, el imaginario instintivo e intuitivo del artista, su práctica y experiencia histórica y conceptual, hará que la armonización cromática sea posible, estableciendo una formación estructural y sólida o un recorrido fluido, gestual y hasta líquido. Todo este proceso ha de considerarse como inherente, consustancial, con la propia condición del creador, pues sin esa dinámica investigadora y exploradora el arte no llegaría a tener lugar, pues la abstracción es un espacio de investigación de los límites entre realidad y apariencia.

La averiguación llevada a cabo a los largo del siglo XX sintetiza los factores técnicos y emocionales, los analíticos y aleatorios, los reales e imaginativos. Y sin que ello constituya una cuestión de simple depuración que vaya en detrimento de la naturaleza de una visión, que a medida que va adentrándose en este mundo se encarna en una dimensión insólita e inusitada.

Se exige, sin embargo, que ese dominio de los recursos plásticos implique unas asociaciones de fuerzas y tensiones encaminadas al desarrollo de la obra, a la elaboración de unas poéticas invocadoras del ser en su vertiente sensual, intelectual y expresiva. Pero sin normas, pues donde no las hay, hay espacios, y en ellos tiene lugar la escena de la luz-color surgiendo de la oscuridad, aunque el color sea en sí un grado de oscuridad (Goethe). Con lo que nos encontramos técnicas y materiales en constante renovación hasta desembocar en la actualidad en la utilización de medios incluso digitales que proclaman el espíritu de una abstracción indestructible y regeneradora de tiempos y latitudes.   

Por tanto, es de obligado cumplimiento el acarreo e incorporación de texturas, manchas, geometrías, signos, superficies oxidadas, trozos de maderas o de hierro, trazos, arañazos, grafías, etc., para potenciar los estímulos oculares. A tales efectos, los procedimientos “ad hoc” son inagotables, y más según se vayan incorporando nuevas tecnologías y conocimientos científicos en un movimiento sin fin. Al final, de todo este conjunto se ha de inferir una salida de futuro y el engranaje de un componente visionario y utópico.

En definitiva, el campo de la abstracción es un relato narrado en clave cromática. Tanto introspectivo como efusivo, no posee un código que le marque confines, ni un breviario de soluciones, y sí, por el contrario, un océano de problemas con sus correspondientes soluciones. En 1915 Klee hizo esta anotación:

“Cuanto más horrible se hace este mundo, más abstracto se hace el arte”. Quizás porque eso sigue vigente recurrimos a unas formas abstractas ilimitadamente libres e inagotablemente más evocadoras, que constituyen un nuevo poder capaz de permitir al hombre llegar a una esencia y contenido de la naturaleza que se halla debajo de la superficie y tiene más significado que las apariencias. 

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)