¡JODER, QUÉ TROPA!

Es el exabrupto atribuido al marqués de Romanones (17 veces ministro y 3 presidente del Gobierno con Alfonso XIII) al enterarse de que el prometido apoyo para su ingreso en la RAE  quedaba en nada. En parecidos términos podría manifestarse la ciudadanía al contemplar el espectáculo que está brindado la clase política. Todos claman contra una repetición de las elecciones, pero pocos son los que dan los pasos necesarios para que tal evento no se repita. Detrás de las declaraciones más o menos solemnes y las descalificaciones diarias, todo es táctica para aparecer de nuevo ante el electorado como libre de toda culpa en la repetición de los comicios. Unas elecciones que, de hacer caso a los sondeos hasta ahora publicados, conducirían a un escenario parecido, con similar carga paralizante.

Todo apunta a que nuestra actual clase política no se ha enterado que se ha vuelto a incumplir el déficit, algo que puede presentarse como baladí, pero que tiene su penalización financiera; que la deuda está a punto de rebasar el 100% del PIB o que la hucha de las pensiones lleva camino de desaparecer en menos de cinco años, al actual ritmo de saqueo. Sin olvidar, claro está, el paro en todas sus versiones, la brecha social creciente o la desconexión de Cataluña, que se está produciendo sin prisa pero sin pausa.

Apuntados al espectáculo permanente de los medios de comunicación, con especial incidencia en la TV y en las llamadas redes sociales, todo el afán se encamina a ofrecer la mejor imagen, el titular más lapidario o el mensaje más conciso y ocurrente, como si ya se hubiera puesto en marcha la nueva campaña electoral. Así vemos a un jefe de Gobierno en funciones que del distanciamiento del plasma de otros tiempos, nada lejanos, ha pasado a casi un frenesí (al menos para él) de encuentros televisivos, y con firmeza digna de mejor causa defiende a compañeros y compañeras tocados por la versión moderna de la peste, que es la corrupción. El candidato del PSOE, además de esquivar las zancadillas de su entorno, trata de presentarse como la opción regeneradora, intentando sumar a ambos lados del espectro político, pero sabiendo de antemano que no conseguirá los apoyos suficientes. En última instancia se trata de mejorar posiciones de cara a un inevitable encuentro ante las urnas. Por su parte, en PODEMOS no renuncian al objetivo esencial de absorber al PSOE, al tiempo que siguen desplegando lo que podríamos llamar «la táctica Zelig»: el personaje de Woody Allen que muestra una capacidad sobrenatural para adaptarse a cualquier situación. En un abrir y cerrar de ojos han pasado de poyar al chavismo y al griego Tsipras hasta olvidar que existen, presentándose como los auténticos socialdemócratas y tratando de comerles la oreja a los «verdaderos socialistas». En cuanto a CIUDADANOS (la versión pulcra de una derecha civilizada, lejos de la caspa y mal gusto que destilan los apestados de la Púnica y otros asuntillos) quiere bruñir una imagen de equilibrio y responsabilidad que a buen seguro (es lo que esperan) les rinda óptimos resultados al citarse con las urnas. En definitiva todos tratan de vender su discurso, de colocar su mercancía de cara a un espectador más sediento de formas que de fondo, muchas veces desbordado por la inflación de mensajes, pero decisivo.

En última instancia, el nudo gordiano en que se encuentra atada la clase política española tiene una salida difícil de conseguir, pero evidente. Tal como le decía Humpty Dumpty a la asombrada Alicia: «El problema es quién es el que manda; eso es todo».