JAMES BOND ESTABA ALLÍ

La cumbre del G-8 (los países con mayor potencial económico del mundo), celebrada en la localidad norirlandesa de Lough Ene, se ha cerrado, como siempre, con una declaración plagada de buenas intenciones: evitar la evasión fiscal de grandes empresas hacia países-refugio, poner en marcha reformas estructurales para aumentar el crecimiento, de forma especial en Europa, y fomentar la creación de empleo juvenil. Por supuesto, también se han ocupado del infierno sirio y han acordado una conferencia de paz en Ginebra ─una ciudad muy utilizada para asuntos de este tipo─, pero sin fecha. Sin embargo, sobre ese encuentro de dirigentes poderosos ha planeado el fantasma del espionaje y la vigilancia al conocerse, poco antes de su inauguración, que los servicios secretos británicos habían vigilado a diversos mandatarios en cumbres anteriores. Este dato venía a unirse a otro nada tranquilizador como la salida a la luz del ciberespionaje realizado por Estados Unidos, con la complicidad de los protagonistas más destacados de las redes sociales, allí donde le ha parecido bien y tomando como objetivo a quien creían conveniente. Obama ha considerado estas actividades muy positivas, aunque vulneren derechos individuales. Es una postura que «explica» el incumplimiento de una de sus promesas electorales más aireadas: el cierre de la ilegal prisión de Guantánamo.

Que los británicos vigilen y espíen a sus aliados es algo que no debe extrañar. Responde a un comportamiento que hunde sus raíces en el mantenimiento del Imperio y la defensa a ultranza de sus intereses, y hasta le sacaron brillo con las «hazañas» del tan famoso como irreal James Bond. Un ejemplo real y dramático de la actuación de los servicios secretos de Su Majestad Británica lo tenemos en la guerra civil española: desde un primer momento, el espionaje del Reino Unido interceptaba y descifraba toda la información relevante que afectaba al conflicto español: comenzando por las comunicaciones del gobierno de la República, y siguiendo por las de los sublevados, la Unión Soviética,  Alemania o Italia. Por medio de este eficaz servicio, el Ejecutivo de Londres conoció la inmediata ayuda de Hitler y Mussolini a Franco y la vulneración permanente que hacían del Acuerdo de No Intervención, de efectos catastróficos para las posibilidades de defensa de la República (A. Viñas: La soledad de la República). Quedó claro, en aquel momento, que los intereses económicos británicos en España tendrían mejor defensa con la certeza de una dictadura de corte fascista que con la posibilidad de una República de tinte rojo y soviético.

Filtraciones y espionaje. Un binomio que lleva en su esencia la sustancia fundamental del poder: la información. Sin embargo, la aldea global cibernética en la que vivimos nos muestra a potencias y grandes conglomerados empresariales, que pretenden ejercer un control tan disimulado como apabullante, más vulnerables que nunca: todos los sistemas de vigilancia y dominio, desplegados para proteger grandes intereses, pueden ser burlados por individuos o asociaciones con la apropiada capacidad de conocimientos informáticos. Nos encontramos ante una sociedad cualitativamente diferente a la que dio a luz la revolución industrial, aunque los detentadores del poder continúen con su culto nihilista a su único dios verdadero y cuyo nombre es BENEFICIO. Si bien el individuo es el animal que tropieza en la misma piedra todas las veces que sean necesarias para labrar su propia desgracia, el futuro está por escribir y como dice el manido refrán: la esperanza es lo último que se pierde