ISRAEL vs PALESTINOS: LA PAZ QUE NUNCA LLEGA

La operación «Pilar Defensivo», desplegada por Israel contra la franja de Gaza, es un eslabón más de la cadena que desde hace cinco años somete a la población palestina de la zona a una situación casi insostenible, de gueto. Pero no es uno más de los actos de guerra del ejército israelí: se realiza en un escenario altamente crispado, con una región en plena ebullición, provocada por el conflicto sirio, la belicosidad de Irán y el cambio producido en Egipto, aunque no parece que el compromiso de los Hermanos Musulmanes llegue hasta la implicación en un enfrentamiento armado con Israel.

Con semejante escenario, la paz sigue con sus caminos cortados, sobre todo si tenemos en cuenta que al primer ministro hebreo no le interesa una paz con los palestinos, pues tendría  que ceder en algo y no está en su ánimo ni en el momento oportuno (con elecciones convocadas). Por su parte, los dirigentes de Hamás se justifican y mantienen en elenfrentamiento, en la promesa de acabar con el enemigo, en oposición a la actitud posibilista de la OLP y su líder, expulsado de Gaza y cercado en Ramala, con la amenaza de ser derrocado si pide el status de «observador» en Naciones Unidas. Entre la derecha israelí y los extremistas de Hamás hay coincidencia: unos para hacerse con el control del pueblo palestino y los otros para mantener sus asentamientos y conquistas, con lo que la paz será imposible.

«Israel tiene el derecho a defenderse». Son palabras pronunciadas tanto por Obama como por Merkel. Es algo tan lógico como obvio. Y la prueba de que esa «defensa» es llevada a rajatabla, se comprueba en el número de víctimas por cada bando. Frente a poco más que armamento artesanal, el ejército de Israel utiliza armas sofisticadas; contra el terrorismo ciego e indiscriminado de Hamás, los servicios secretos hebreos se emplean en los «asesinatos selectivos», cuando y donde les parece oportuno. A pesar de ser el pueblo «elegido», los judíos tuvieron que soportar los cautiverios de Babilonia y Egipto, la destrucción del Templo de Jerusalén, la expulsión de Sefarad, los asesinatos de los pogromos en varios países europeos, hasta llegar al horror de Holocausto. Para evitar la repetición de estas desgracias,  decidieron que, además de la espada de Yavé, debían contar con armas propias. Y para sostener el Estado de Israel, reconocido por la resolución 181 de  noviembre de 1947 de la Asamblea General ONU, crearon uno de los ejércitos más eficaces y potentes del mundo. Desde ese momento, hasta 1967, Israel se vio envuelto en guerras defensivas contra unos vecinos árabes que no aceptaron la partición. Después de la Guerra de los Seis Días (1967), se dio paso a operaciones de conquista que sirvieron, entre otras cosas, para el despliegue (ilegal) de asentamiento de colonos en los territorios asignados a los palestinos, poniendo cada vez más escollos a posibles intentos de paz. Se entraba así en una «mística de la tierra», pues como señalaba Emmanuel Lévinas, unos de los filósofos más destacados del pasado siglo, «El intento de resucitar un Estado en Palestina… no se concibe fuera de la Biblia» (E.L. Difícil Libertad)

Lo curioso es que Theodor Herzl, líder del movimiento sionista e ideólogo de la creación del Estado de Israel, se preguntaba en el escrito que planteaba el anhelo de su  pueblo (T.H. El Estado judío. II. Parte General. ¿Palestina o Argentina?) el lugar de destino para encontrar un «hogar nacional» donde recuperar la paz y evitar las ofensas. La Declaración Balfour de 1917 despejaba la incógnita al reconocer a los judíos el derecho a regresar a su tierra milenaria (bajo control británico), aunque respetando los derechos de otros habitantes de la zona. La frase «un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo» no se correspondía con la realidad, pues en Palestina había pobladores nada dispuestos a ser desalojados del lugar donde se habían instalado sus ancestros varios siglos antes. Tras la guerra de 1948-49, miles de palestinos huyeron o se vieron forzados a dejar sus tierras; Israel, ahora niega a la «diáspora» palestina el derecho tantas veces esgrimido por los judíos: la vuelta al solar patrio. Argumenta que «el regreso» de varios millones de palestinos que se hacinan en campamentos de refugiados pondría en peligro la existencia del Estado de Israel.

El ascenso de los ultraotodoxos y la extrema derecha en Israel ha ido borrando poco a poco las ideas socialistas y de concordia del sionismo defendido por Theodor Herzl. Tan solo el primer ministro Isaac Rabín, con el apoyo de Simón Peres, apostaron por la paz en los acuerdos de Oslo (1993), y por sus intentos recibieron el Premio Nobel. Sin embargo, Rabín, el «halcón» que quiso ser «paloma» para que su pueblo viviera en convivencia y respeto con sus vecinos, fue asesinado por un estudiante ultraortodoxo y Arafat fue incapaz de controlar a los dirigentes de Hamás que se ensañaron con actos terroristas para dinamitar unos acuerdos tan prometedores como ineficaces.

Israel, con la política que viene desarrollando tras la desaparición de Rabín, está cada vez más aislada: el muro que ha construido para encerrar a los palestinos ( los «judíos» del Estado de Israel), es también su propia prisión. Llegados a este punto, con un bando instalado en el recurso a las acciones terroristas, y el otro en respuestas tan brutales como desproporcionadas, una frase de la desaparecida primera ministra israelí Golda Meir nos sitúa ante un panorama de desesperanza: «Quizás un día os perdonemos por haber matado a nuestros hijos, pero nunca os perdonaremos que nos hayáis puesto en la situación de matar a los vuestros».