Invite a un color a comer los domingos

El color es un ingrediente básico de casi todas las manifestaciones artísticas. Ha alcanzado la condición de un ente celular del que no podemos prescindir –no es el momento de entrar en su historia, aunque ya treinta y cuatro mil años antes de nuestra era se descubrieron pinturas en tablillas policromadas-, dado que sus atributos y propiedades entrañan una fundamentación cósmica.

Sin embargo, su existencia está sometida a la volición del creador y a su concepción sobre el mismo, porque entiende que en unos supuestos sirve para disolver, en otros para dar cuerpo, en terceros para fundir, en los demás para vestir y dar brillo, incluso también para la ocultación de los confines materiales, haya o no haya.

Y es que el color va desde lo sensual, lo material, lo espiritual, lo intensivo, lo interiorizado, lo sosegado, etc., hasta la constitución del inicio, de la espontaneidad, de la iluminación, del descubrimiento, de la revelación, llegando al final a ser la expresión de algo por sí mismo (Van Gogh).    

Además, es conocido un planteamiento que considera el papel musical que el color está representando y seguirá haciendo tanto en la pintura moderna como en la contemporánea. Por lo tanto, se puede concebir el color estructurado en formas que definen, conforman y reconocen la acción conjugada de los elementos de las obras como una evocación de la vitalidad y el pulso del mundo.

No obstante, hay que advertir, tal como lo hacía Henri Matisse, que una avalancha de colores carece de fuerza, que para lograr su expresión plena han de estar bien organizados y responder a la intensidad emocional del artista y del espectador.    

 

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional, Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)