INSÓLITA ESPERANZA Por Teófilo Ruiz
Esperanza Aguirre invocaba al Espíritu Santo, durante la jornada electoral, para que iluminara —suponemos que a su favor— a los votantes antes de depositar su voluntad en las urnas. A la Paloma Celestial no debió de llegarle demasiado claro la petición pues los votos no fueron suficientes para la mayoría absoluta a la que la lideresa se sentía merecedora. En una lectura insólita de los resultados en la villa de Madrid, la cabeza de lista del PP ha vuelto a acaparar toda la atención mediática con una propuesta que, a bote pronto, ha sorprendido a tirios y troyanos: contra el «peligro» que supone Manuela Carmena y Podemos, propone un «frente de centro» formado por PP, PSOE y Ciudadanos, que formarían una mayoría absoluta suficiente. En un rasgo de altruismo, ha señalado que ella no sería un obstáculo insalvable para conformar la nueva mayoría.
A Aguirre le quita el sueño que una formación como Podemos, de «extrema izquierda radical», pueda utilizar el trampolín de la capital del Estado para sumar voluntades, y votos, de cara a la próxima cita electoral con el gobierno de la Nación en juego. Ya lo ha advertido a todos aquellos que le han querido escuchar: si Podemos llega al poder puede darse por finalizada la democracia en nuestro país y caeremos en algo parecido a un izquierdismo bolivariano, tan inútil como antidemocrático. En realidad, la propuesta de la castiza política madrileña no es nueva: el PP de Euskadi le dio el gobierno a Paxti López, del PSE, para anular a un Ibarretxe que pretendía la independencia de tapadillo, con la propuesta del «Estado Libre Asociado».
Ante el terror que suscita en Aguirre el ascenso de Podemos convendría realizar alguna que otra puntualización. Ahora Madrid no es Podemos, como así se ha encargado de recordar la número uno de la lista, Manuela Carmena. Igual situación se da en otros municipios, pues la marca del partido emergente solo se ha presentado con su nombre en los parlamentos autonómicos. Una precaución que se ha revelado excesiva y que ahora quieren corregir, apropiándose de unas victorias que no les corresponden, al menos no en el porcentaje que ellos se atribuyen y le otorgan la mayoría de los medios de comunicación.
En cuanto a la acusación de ser una formación de «extrema izquierda», cabe recordar que el líder de la propia organización rechazaba de plano el concepto de «izquierda» o «derecha», por superado. Algo nada nuevo pues ya en 1929 Ortega y Gasset (La rebelión de las masas. Prologo para franceses. IV) señalaba que «Ser de izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de hemiplejia moral». Pero con independencia de Ortega y de PI 3.0, Eppur si muove, los explotados, desatendidos u ofendidos por el sistema están ahí, sin tener en cuenta la etiqueta política con la que se identifiquen.
Podemos y su dirección apostaron por las ideas del postmarxista Ernesto Laclau, que propone ampliar el espectro en una concepción transversal, para llegar al poder sin que el programa se concrete de forma clara, para sumar apoyos de la mayor parte del cuerpo social. Pero que la señora Aguirre no tema por el extremismo de Podemos: en un tiempo relativamente corto se ha visto su desplazamiento desde el socialismo chavista —una mamadera de gallo, como dicen en Venezuela para las tomaduras de pelo — hasta la socialdemocracia. Todo apunta a que para llegar a Damasco (la Moncloa) Pablo está dispuesto a caer del caballo ideológico tantas veces como sea necesario
Aguirre ha propuesto un nuevo «más difícil todavía», pero su capacidad de sorprender empieza a agotarse, lo mismo que sus pretensiones de ser el recambio de un presidente del Gobierno que reduce su batacazo político a un simple problema de comunicación, cuando tiene a su disposición prácticamente a todos los medios.
La etapa que ahora se inaugura, y de la que Aguirre se resiste a ser apartada, es la de los pactos. Tiempo nada fácil pues nadie quiere comprometer sus expectativas de cara a la cita fundamental para formar las Cortes y el próximo gobierno de España. Los que repudiaban a la «casta» terminarán por verse impregnados por la «caspa» del poder o correr el riesgo de aparecer como una opción inoperante e inservible en el futuro.