Improvisación y prepotencia. Fernando González
Se lo quiero poner muy fácil al Gobierno de la Nación. Respondan ustedes, con claridad y franqueza, sin divagaciones impostadas, caiga el que caiga, a las preguntas que todos nos hacemos:
Cuando decidieron repatriar el cuerpo inerte del Hermano Pajares, devorado ya por el ébola, ¿comprobaron si aquí existía una unidad experimentada en males tan virulentos, asistida por equipos médicos formados y entrenados en el tratamiento de enfermos infectados, ubicada en algún centro hospitalario acondicionado para aislar a pacientes contagiosos y dotada con los fármacos que se precisan en procesos víricos tan ponzoñosos? ¿Lo hicieron?
Adoptada la decisión que todos conocemos y consumada la operación por partida doble, aplicado el protocolo recomendado por las autoridades sanitarias, implicados en el esfuerzo los profesionales requeridos, suministrada a los moribundos la medicación que tenían a mano, los religiosos sucumbieron por desgracia finalmente. Se limpió el lugar y cada cual volvió a su vida cotidiana. Alguno de ellos marchó de vacaciones con el permiso oportuno. ¿No hubiera sido más adecuado someterles a una cuarentena preventiva que mandarles a casa con un termómetro en el bolsillo? ¿Consideró el Gobierno que tomarse la temperatura un par de veces al día se correspondía con un seguimiento activo del personal expuesto al contagio?
¿Es cierto, por otra parte, que no eran totalmente impermeables los monos protectores que se facilitaron a los facultativos y a los sanitarios que atendieron a Miguel Pajares y Antonio García Viejo? ¿Se precintaban con cinta aislante? ¿Han interrogado ustedes a los profesionales del Hospital Carlos III que así lo aseguran? Aún más: ¿es posible que los recipientes donde se tiraban los apósitos y pañales contaminados con las heces y las secreciones de los postrados, circularan después por circuitos comunes del sanatorio? ¿Se dejó en un pasillo, identificado con una pegatina, alguno de los pulverizadores que se habían empleado para esterilizar las habitaciones donde habían fallecidos los misioneros?
¿Cómo se explican ustedes, señores del Gobierno y de la Comunidad de Madrid, los errores encadenados que han provocado una emergencia sanitaria sin precedentes? Les hablo de la impericia de los servicios preventivos de riesgo laboral del Carlos III, que advertidos por la propia afectada de los síntomas febriles que padecía, no enviaron de inmediato a su domicilio una ambulancia estanca y el personal especializado en auxilios tan complejos. Les hablo también de la desinformación en el primer escalón de asistencia primaria autonómica y de la falta de reflejos de los doctores de urgencias que trasladaron a Teresa a la Fundación de Alcorcón, en lugar de llevársela al Carlos III. Les recuerdo también el triste espectáculo protagonizado por los operarios encargados de desinfectar, días después de manifestarse el problema, los lugares por donde anduvo libremente el primer ciudadano europeo contaminado por el ébola fuera de África. Todo ello deja en evidencia la fragilidad de los mecanismos protocolarios desplegados y la prepotencia con la que se ha tratado este asunto desde el principio.
Desde que supimos del primer español contagiado por el ébola en Liberia, me parece que aquí se ha afrontado la crisis con demasiada imprevisión y muy poca prudencia, sometiendo a nuestro sistema público de salud, uno de los mejores del mundo, envidiado por muchos de nuestro países vecinos, a una tensión añadida muy complicada de asumir en las circunstancias actuales. Ahora nos sobran los interrogantes y nos faltan las respuestas. Ante la opinión pública desfila un batallón de políticos y doctores, regionales y nacionales, que balbucean excusas parciales y contradictorias en algunos casos. Reúnase a los mejores en la materia, nómbrese a un portavoz eficaz y convincente, investíguese lo ocurrido y respóndase de una vez a las preguntas que todos nos hacemos.