HOSTIAS EN EL VATICANO Por Teófilo Ruiz

Lugar apropiado el de la Santa Sede para el reparto del pan ácimo que se consagra para el sacramento de la Comunión. Pero en este caso se trata de la tercera acepción de la RAE (golpe, en lenguaje vulgar). Y están lloviendo como panes. La historia se repite con más carga de farsa que de tragedia: la lucha por el poder; los protagonistas vuelven a ser el Opus Dei y la Compañía de Jesús.

El sacerdote Lucio Vallejo Balda, del Opus Dei, ha sido detenido por filtrar información confidencial que deja en muy mal lugar a la Curia: grandes cantidades de dinero que deberían ir destinadas a obras de caridad y otros servicios evangélicos han sido desviadas para fines poco claros y que el IOR (el banco del Vaticano) sigue con sus prácticas de blanqueo de dinero y otras lindezas que incluso le ligaban con algunas operaciones de la mafia. Pronto aparecerán dos libros (Vía Crucis de G. Nuzzi y Avarizia de E. Fitipaldi) que a buen seguro pueden provocar un terremoto como el que condujo a la dimisión de Benedicto XVI en febrero de 2013. En aquellos momentos se apuntó que Joseph Ratzinger, además de ser traicionado por su secretario personal, estaba rodeado de cuervos dispuestos a no dejar parte alguna intacta de su cuerpo. No era una cuestión de fe; se trataba del poder, simplemente. Ya en septiembre de 1978 Albino Luciani (Juan Pablo I), cuando se decidió a poner orden en las cuentas del Vaticano, no pudo superar los efectos de una taza de té, al parecer, cargado en exceso.

Francisco, miembro de la Compañía de Jesús, además de pedir perdón por los vergonzosos escándalos sexuales en los que están implicados algunos de sus pastores, nombró, en julio de 2013, a un equipo de ocho personas para poner orden en las finanzas vaticanas. Y al frente de ese equipo de «confianza» puso al sacerdote español Lucio Vallejo Balda (del Opus Dei), que ya era responsable de la secretaria de Asuntos Económicos. En una ausencia absoluta de iluminación del Espíritu Santo, Jorge Bergoglio dio cancha libre a un miembro cualificado de una organización que desde que se afincó en Roma, en 1946, tuvo como  objetivo principal estar presente en todos los estamentos de poder del Vaticano, en frontal disputa con los ya instalados, como los jesuitas. Escrivá de Balaguer encontró un apoyo decisivo en Pio XII; profundas reservas en Juan XXIII y oposición tajante en Pablo VI; sus seguidores lograron la complacencia en Juan Pablo II (concesión de la Prelatura Personal, en 1982) y Benedicto XVI, contribuyendo a una orientación más conservadora de la Iglesia para poner coto a los impulsos renovadores emanados del Vaticano II.

Precisamente el Vaticano II puso al descubierto la mala salud de las finanzas de la Iglesia. Para enderezar el rumbo, Pablo VI nombró al norteamericano Paul Marzinkus responsable económico, que actuó con el desparpajo de algunos de sus compatriotas de Chicago. En 1982 estalló el escándalo del Banco Ambrosiano, dejando al descubierto que muchas inversiones de la Iglesia estaban ligadas a personas que con harta frecuencia  incumplían los Mandamientos (con especial insistencia en el «No matarás» y «No robarás«). El Opus Dei vio su oportunidad y ofreció la necesaria contribución económica para tapar los agujeros dejados en el Banco Vaticano (IOR), pero pedía la cabeza de Marzinkus, algo que no consiguió. Pero la Obra ya se había instalado en centros decisivos del poder: Xavier de Ayala ( Consultor de la Comisión Pontifica para la revisión del Código de Derecho Canónigo o Julián Herranz, miembro de la Comisión Pontificia para la Interpretación de los Textos Legislativos. Además, Álvaro del Portillo (sucesor de Escrivá de Balaguer) participó en diversas comisiones del Vaticano II, junto a otros miembros de la Obra como Salvador Canals, Amadeo de Fuenmayor y Pedro Lombardía

La pugna por lograr cotas de poder en el centro decisorio de la Iglesia llegó en los años setenta a conocerse como una guerra entre el Opus Dei y los jesuitas. Sin embargo, este enfrentamiento fue negado de forma oficial, pero venía de lejos y empezó en España, recién terminada la guerra civil: el éxito de la academia DYA (Dios y Audacia) fundada por Escrivá de Balaguer en la calle Ferraz de Madrid suscitó las suspicacias de los jesuitas que veían amenazado el coto de la enseñanza, que consideraba en propiedad, y denunciaron a la naciente «Pía Unión» de secta masónica. Se inició así un enfrentamiento que todavía dura. El General de los Jesuitas, Padre Arrupe, resumía las diferencias de la siguiente manera. «Viendo hoy como actúa el Opus, eso es para nosotros como un espejo donde nos miramos para ver cómo fuimos  y cómo no debemos ser» ( Arias, Juan: «El enigma Wojtyla». Pág.228.).

Desde hace bastantes años la Compañía de Jesús abandonó el seguidismo incondicional al Papa y practica un fuerte compromiso con los más desheredados de las zonas subdesarrolladas, aunque sin descuidar su presencia en los círculos importantes del Vaticano. En contraposición, el Opus Dei sigue con su objetivo fundacional de «influir en el ambiente», de captar, de forma preferente, a personas bien situadas, de su concepción calvinista del trabajo para alcanzar mayores cuotas de poder. Se han abandonado las antiguas consignas de discreción y secretismo y en esta horas se utilizan las filtraciones a los medios de comunicación para conseguir los objetivos propuestos. En 2013 se logró la renuncia de Benedicto XVI y ahora se trata de detener los impulsos renovadores de Francisco. Éstos enfrentamientos nos vienen a señalar que también la Iglesia Católica está en crisis y se juega, a pesar de su historia milenaria, seguir siendo una referencia espiritual para millones de personas o emprender la deriva hacia una secta cerrada y cada día con menor influencia.