HIMNO PARA UN ESTADO EN CRISIS

Teófilo Ruiz

En el carnaval ininterrumpido en el que parece que se ha convertido la actividad política y social de España, se ha registrado un nuevo (que no último) acto que ayuda a que el espectáculo no decaiga, para goce de espectadores, sustento de los medios de comunicación y material para polémicas mostrencas. La cantante Marta Sánchez, en un arrebato patriótico, ha querido emular a Bernardo López García (1840-1877), autor del arrebatado poema ¡DOS DE MAYO! (Oigo patria, tu aflicción…) y se ha atrevido a poner letra a un himno que se remonta hasta Carlos III. Pero el Rey venido de Italia para modernizar a los españoles no encontró a nadie capaz de poner letra a su Marcha Real. Cierto que durante el Trienio Liberal (1820-1823) y la II República (1931-1939)  el himno oficial fue la llamada Marcha de Riego, un general que pudo terminar con el despotismo sin ilustrar de Fernando VII, pero su incompetencia le llevó a la derrota y el patíbulo.

España, junto a países de tanto peso en la escena  internacional como Kosovo, Bosnia y San Marino, carece de letra para su himno patrio. Pero no se crea la aplaudida cantante que su iniciativa es la única:   ya lo intento el general Prim durante su breve mandato; el también general (y dictador) Primo de Rivera encargó al poeta José María Pemán la letra tan esperada, pero tampoco cuajó. Franco en plena Guerra Civil (1937) adoptó la Marcha Real como himno de la España Nacional. Lo de la letra lo dejó para mejor ocasión. En 1997 Aznar hizo un nuevo intento, sin éxito. Para los Juegos Olímpicos de Pekín se pretendió que los atletas desfilaran con un himno «como Dios manda», pero ni por esas. Sin embargo, Marta Sánchez la ha petado entre la buena gente que contemplaba como hasta la Comunidad Autónoma con menor fuste tiene su himno. El entusiasmo ha sido tal que se ha pedido que se cante en la final de la Copa del Rey, donde los seguidores del Barcelona ya tienen una razón poderosa para animar a su equipo al tiempo que se complacen en uno de sus juegos favoritos: abuchear símbolos españoles.

Habrá que estar muy atentos para no perderse el inminente salto mortal sin red que nos depara la vida política. Puigdemont ha pasado de caudillo de las tropas almogávares que lograron numerosas victorias para la Corona de Aragón (Cataluña incluida) a un personaje con tanto valor como  el del soldado fanfarrón de  «Miles Gloriosus» de Plauto. Para complacer al espectador insaciable, Anna Gabriel ha vuelto a escena. La anticapitalista incombustible está dispuesta a quedarse en Suiza, el shangri la de evasores y lavado de dinero. Mientras tanto, el gobierno de M. Rajoy sigue a lo suyo: afrontar los casos de corrupción que le acechan con la protección del cemento facial que la mayoría de sus dirigentes se dan por las mañanas. De nada han servido las cortinas de humo lanzadas con la prisión permanente revisable o con asegurar el 25% de enseñanza del español en Cataluña (tumbada la propuesta por el Tribunal Constitucional al darle la razón a la Generalitat de su recurso contra la LOMCE por invasión de competencias). Mientras tanto ahí siguen problemas, que a todos afectan, sin resolver: precariedad laboral, paro juvenil insoportable, desigualdad, pensiones, deterioro de los servicios públicos…todo un panorama de crisis que nos recuerdan los versos de Jorge Luís Borges: España del Islam, de la cábala, y de la Noche Oscura del Alma/ España de los inquisidores/ que padecieron el destino de ser verdugos/ y hubieran podido ser mártires/ España/ madre de ríos y de espadas y de múltiples generaciones/ incesante y fatal»