He dicho estilo, no estilete
Parece que se ha convertido en un hábito entre los especialistas de arte contemporáneo abalanzarse sobre el estilo con un cuchillo entre los dientes, pues consideran que es ya un concepto absolutamente obsoleto y periclitado. Incluso lo tachan de equivalente ideológico de la mercancía por su intercambiabilidad universal y su libre disponibilidad, lo que indica un momento histórico de clausura y estasis.
Otros aducen que el estilo es algo que la inteligencia artística no puede captar: es una revelación metafísica, una misteriosa constricción, un sino.
Adiós, entonces, a lo que señalaba Dilthey respecto a la obra como una acción unitaria que se manifiesta en toda su estructura y que es caracterizable por determinados rasgos que favorecen su reconocimiento y que llamamos estilo. Ya que tras la preocupación por la técnica viene la construcción de la forma, cuyos rasgos familiares son los que han dado lugar al estilo, cuyos elementos definidores remiten a una civilización, época o individualidad del artista.
Al respecto podríamos hasta traer a colación a Hegel con su tesis de que la idea se desarrolla sucesivamente en el tiempo y va manifestándose de una manera histórica siguiendo su dialéctica.
Por otro lado, Wölfflin concibe al estilo como el surgimiento de una necesidad, como una íntima exigencia absoluta, como un cansancio provocado por la repetición o como la expresión de una época, de sus creencias y sentimientos vigentes en ella.
No obstante, si es más que evidente que el estilo es un ente que además cambia y se modifica por la simple sucesión de descubrimientos, Hegel, de nuevo y con su pesadez de siempre, lo ningunea, alegando que no es nada por sí mismo, porque el que verdaderamente cambia es el hombre, que tiene esa facultad real de variación, y con él es con quien se renueva la concepción del mundo, su modo de entender la vida, de lo que se deduce la incompleta premisa de que el autor es el estilo.
Si nos vamos más lejos, lo que no entenderíamos es que el propio artista sea incapaz de definir su propio estilo y se quede palpando y manipulando ficciones sin realidad y en la luna, entre la duda y la sumisión, aparcado en una ausencia que puede llevar a la apoteosis de la brutalidad (Herbert Read).
Ortega y Gasset también ha metido en su día baza en este entierro, considerando que a un distinto resorte vital le corresponde un nuevo estilo, del que, para él, no cabía ningún reparo en cuanto a su existencia.
Por consiguiente, ante tantas incertidumbres, como la de que el estilo puede ser un modo de representación o más bien a la inversa, la de que ésta es un modo del estilo, debemos acudir al pensamiento original de que el mismo lo que hace es reflejar un repertorio de formas que expresan simbólicamente la situación y sentimientos preferidos y vigentes en cada época y en cada autor, sin descartar, por supuesto, las consabidas excepciones, si es que las hay.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)