¿Hay necesidad de tanta teoría para descuartizar el arte?

Nadie a estas alturas va a negar que el arte ha sido objeto de todo tipo de análisis, metodologías y teorías, desde la historicista a la formalista, desde la psicoanalista hasta la gestaltista, y así sucesivamente. Cada una de ellas cubre un área concreta y determinada, pero frecuentemente con el propósito inequívoco de considerarse y declararse la única válida y auténtica.

Pero estos particulares acercamientos a la estética lo único que conducen es a una patética confusión en casi todas sus visiones y apreciaciones, que al final sólo se sirven a sí mismas y a la supuesta e inconmensurable inteligencia y conocimiento de sus autores, que, con todas mis excusas y disculpas, no hay quien les entienda en casi todos los casos.

Y sin dejar de lado mi perdón al receptor, he de plantear un cruel símil con el suceso real e histórico de la Massola. Este condenado y supliciado francés, atado a un poste, es ejecutado por el verdugo mediante un certero golpe propinado en la sien con una maza de hierro –con este paso se da inicio a la gama de sistemas-. Después se le da un tajo en la garganta de la que chorrea un río de sangre –primera variedad interpretativa-, se le rompen los tendones –segunda opción explicativa-, y a continuación se le abre el vientre y se le saca el corazón, el hígado, el bazo y los pulmones –ya tienen una multiplicidad de alternativas y mecanismos exegéticos-.

Finalmente se trocea el resto del cuerpo y cada una de sus partes se cuelga de unos ganchos de hierro. ¿Qué es lo que queda entonces del objeto y sujeto artístico? Pues nada, unos y otros elementos van por su lado convencidos de que su razón es la más definitiva, y así se libran, por tanto, de la tumba y de pudrirse eternamente en el infierno. Loado sea, en consecuencia, el circo teórico y una media misa por él.

Gregorio Vigil-Escalera

Miembro de las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)