HACIA UNA EUROPA IRRELEVANTE

Los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo han confirmado los temores –pobre participación, aumento de los euroescépticos y la extrema derecha– y alguna que otra sospecha, como la eclosión de partidos minoritarios en varios países. Salvo acuerdo de gran coalición entre conservadores y el bloque llamado socialdemócrata, la Eurocámara está abocada a una actividad poco menos que inoperante.

Voto de castigo, decepción ante la clase política o falta de creencia en el proyecto comunitario pueden ser, entre otras, las razones que hacen que el ciudadano europeo desconfíe o muestre poco entusiasmo por la UE. Pero la razón de fondo es la situación en que se encuentra Europa tras la crisis que ha destruido millones de puestos de trabajo y ha reducido las condiciones sociales, si no las ha eliminado, hasta su mínima expresión. Y todo para mayor gloria y beneficio de una casta financiera que parece haber perdido el sentido de la realidad y, empujando con su codicia, está llevando a la mayor parte de la sociedad a la pobreza , cuando no a la miseria más absoluta. Tras una implacable política de austeridad, soportada por las clases más débiles, el Estado de Bienestar, divisa y bandera distintiva del espacio común europeo, es ya una imagen que se desmorona, si no un sueño inalcanzable. Son muchas las señales que apuntan a que se ha dado vía libre al «sálvese quien pueda» y, como la Historia demuestra, en Europa el miedo y el desamparo de buena parte de la sociedad conducen a alternativas autoritarias como el fascismo o a la insolidaridad del nacionalismo exacerbado.

Thomas Piketty, profesor de la Escuela de Economía de París, en su reciente libro «El capital en el siglo XXI», ha puesto el dedo en la llaga al señalar las desigualdades como el mayor problema del sistema económico, tanto en Estados Unidos como UE. Por supuesto, ha recibido severas críticas a su argumentación, empezando por el FinancialTimes, el portavoz más cualificado del capitalismo financiero. Disquisiciones académicas a parte, los datos son incontrovertibles: aumento de la pobreza, riesgos de la infancia o contribución fiscal de trabajadores frente a empresas, como publican (todavía) diferentes organismos. Desigualdades que los votantes no han visto que vayan a atajarse con las propuestas de las formaciones políticas que, hasta ahora, gobiernan en los diversos países comunitarios.

La percepción de la ciudadanía es que la clase política dirigente, tanto conservadora como socialdemócrata, es incapaz de hacer frente al nuevo paradigma del «beneficio a cualquier precio» que han impuesto los llamados «mercados». Los centros de decisión comunitarios –Comisión, BCE, Eurogrupo – arrastran un alto déficit democrático y sus medidas vienen mediatizadas por unos intereses ajenos a los ciudadanos, pero que son los que marcan la pauta en los créditos, los tipos de interés, las calificaciones de la deuda o las primas de riesgo que tanto afectan al desarrollo de cada país. Así la Unión Europea, como espacio económico y social de referencia, ha ido perdido fuerza hasta desempeñar un papel secundario en la economía global, pese a su evidente potencial. Algunos dirigentes han abierto la boca –que no levantada la voz – para rectificar algo el rumbo de la sacrosanta «austeridad», ante el reciente descalabro electoral, pero todavía de forma tímida y poco efectiva.

Frente a las prácticas del «imperio democrático» de USA, que incluyen hasta el espionaje a los gobernantes de los países comunitarios, o a las del «comunismo capitalista» chino, con explotación laboral al límite de la subsistencia, la Unión Europea y sus actuales dirigentes no han sabido, o no han querido, defender sus señas de identidad en los foros y momentos oportunos, siguiendo el paso marcado por la política norteamericana, hasta en las aventuras más arriesgadas –guerras de Irak o Afganistán, para no extendernos–, o no plantando cara a la competencia desleal de China, basada en la explotación extrema de sus trabajadores. La intención, no confesada pero sí puesta en práctica, es seguir un camino parecido a la «vía china», con una clase trabajadora con salarios cada vez más bajos y menos derechos. Las señales lanzadas por la ciudadanía comunitaria en la pasada votación son un rechazo contundente a la situación actual, pero no garantiza que sea suficiente para impedir que Europa se vea obligada a caminar por la senda de la irrelevancia.