HACIA OTRA NOCHE DE WALPURGIS

Aunque todavía no se ha llegado a la situación que Karl Kraus denunciara en su libro «La tercera noche de Walpurgis», escrito en 1933, ante la llegada al poder del nazismo, hay indicios más que sobrados de que Europa y de forma especial Alemania, pueden vivir otra larga noche de horror y sinsentido. Los resultados de las recientes elecciones celebradas en tres estados federados marcan el creciente e irresistible ascenso del AfD (Alianza por Alemania) , una formación antieuropea y xenófoba que ha hecho de los emigrantes un nuevo «chivo expiatorio», culpable de la mayor parte de los problemas que aquejan a Alemania. Todavía es una versión light del partido nazi, pero si continúa su crecimiento, su capacidad destructora en lo que se refiere al papel de Alemania en la consolidación del proyecto europeo será cada día más peligrosa. Y ha sido en Sajonia, uno de las regiones que formaban parte de la desaparecida República Democrática Alemana (comunista, oficialmente) donde más ha crecido la extrema derecha. Como todo es empezar, de las manifestaciones de protesta, se ha pasado a la quema de centros de acogida de refugiados. De nuevo cobra actualidad  la advertencia del poeta Heinrich Heine : «Donde se queman libros se termina quemando también personas».

Pero el populismo extremista y xenófobo no es una exclusiva de Alemania. Es un fenómeno que recorre toda la Unión Europea y amenaza con provocar su desintegración. Los efectos de la crisis económica de 2008 han reactivado el demonio dormido del nacionalismo, que durante siglos hizo de Europa un campo de batalla, que llevó a dos Guerras Mundiales y que los firmantes del acuerdo de fundación del Mercado Común creyeron domesticado para siempre. Sin embargo, una política equivocada y con un deterioro social casi insoportable para muchos países (Grecia, Portugal, Irlanda, España) ha sometido a las estructuras de la UE a un esfuerzo casi inaguantable. Al sálvese quien pueda (Reino Unido) se ha sumado la avalancha de refugiados procedentes de las guerras de Siria, Irak y Afganistán para desempeñar el papel de enemigo público número 1.

Miles de migrantes vagan por el desierto de la insolidaridad europea, llamando―para ello― a las puertas del paraíso, pero la respuesta es el rechazo, pues son considerados como una amenaza que pone en peligro el modo de vida y el empleo de buena parte de los ciudadanos de los diferentes países que conforman la UE. Evidentemente, no son un pueblo «elegido». Su Dios no los ha sometido a la prueba de deambular por el desierto, haciendo penitencia, antes de llegar a la «tierra prometida»; se ha olvidado de ellos y no les queda más salida que regresar al hacinamiento de los campos de refugiados ―ya hay cinco millones de sirios desplazados― o al infierno de su país de origen. En este peregrinaje no hay nube protectora ni maná proveniente del cielo para aliviar sus penurias. El «espectáculo» que nos muestran las imágenes de los medios de comunicación es el de una masa humana olvidada de su Dios y que a veces conmueve al espectador ante el frame que muestra a un niño muerto en la playa o una zancadilla ante la carrera de un refugiado. Esta muestra de horror y miseria, en plena revolución informática que promete el paraíso en la tierra, es lo más próximo a la Tesis IX de Walter Benjamín (Tesis sobre la filosofía de la Historia) donde el Ángel de la Historia mira horrorizado las catástrofes debidas a «ese huracán que nosotros llamamos progreso». Estas miles de personas que llaman a las puertas de la UE han comprobado que el infierno no es lo que puede venir en el futuro; ya lo están viviendo en sus carnes.

Karl Kraus inicia su libro «La tercera noche de Walpurgis» diciendo que «sobre Hitler no se me ocurre nada». Simplemente le faltaban las palabras para describir el horror y el hundimiento moral que se avecinaban. La UE y sus dirigentes, presionados por un populismo desintegrador, están en la senda de consumar, por acción o por omisión, otra Shoá en una nueva noche de Walpurgis, con los migrantes como víctimas a sacrificar en el altar del egoísmo desintegrador que sirve de alimento al populismo europeo. Pero aunque la barbarie anide en eso que llamamos civilización y progreso, volvamos a recodar a Walter Benjamín cuando señaló que «Sólo por amor a los desesperados conservamos aún la esperanza».