H de hereje e híbrido

Bastó solamente el que haya utilizado las palabras de Jean Dubuffet, relativas a que hay que procurar no echar a perder la frescura ni agotar la capacidad de recepción del espíritu, o las de Ernst Beyeler, referentes a que los grandes artistas dicen algo nuevo, profundo y simple siempre de manera muy sencilla y alejada del intelectualismo de la historia del arte, para que todos los agentes del mundillo del arte me expulsaran después de haberme marcado en la frente la letra “H”.

Creí que con ese castigo quedaba todo resuelto y yo machacado, pero, para mi sorpresa y asombro, me ofrecieron la oportunidad de volver al redil si dejaba que me injertasen un rabo en el culo y me vistiesen con una capa amarilla pintada –adivinen a quién se le habría ocurrido tal crueldad-, en la que figuraban unos diablos rojos empujando a las almas de los herejes al infierno con unas largas horquillas.

Naturalmente me resigné a no oponer resistencia y a dar mi conformidad a esta endiablada –nunca mejor dicho- y bondadosa oferta, visto que los presupuestos de partida y llegada de esta secta –la única que sabe de arte- tienen unos cerrojos de seguridad a prueba de inocentes, ingenuos, pobres y creyentes de buena fe.

No hay más alternativas, si estás fuera lo estás para siempre, porque así son las cosas y las reglas que impusieron, aunque, por lo menos, protesté por el hecho de que, dada mi estrenada y peculiar belleza, no encargasen el hacerme un mísero retrato.      

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)