Guía de arte para un observador tonto que respeta a los listos
Visitando una muestra de arte contemporáneo hace unos días, anoté unas cuantas ideas aclaratorias tomadas al azar de varios supuestos expertos que allí se encontraban. Tales como no saber si la obra es el peso de la mano de Dios, de la memoria, de la historia o del tiempo, o el hecho de que la comunicación artística activa una sinestesia corporal de escalada radical (no creo que haya que tomárselo al pie de la letra). Claro que cada obra está ahí como soplo -¿en qué quedamos, soplo o mano?- de Dios (¿Le quedará tiempo libre a éste para tanto?). El resto está en manos de la imaginación sorprendida.
También es posible la desarticulación como base de una operatoria que descentra la historia como construcción del poder. Poder como rizoma que se extiende por el cuerpo social en una red donde toda persona ejerce diversos tipos de dominio y resistencia (esta vez a Dios le ha tocado descansar). Y sin omitir que simulación y mímesis se ofrecen como coartadas para una representación ambigua que compete a la capacidad de sospecha y certeza del espectador (desde luego ya estaba yo sospechando que las cosas tomaban estos derroteros).
Y más si de lo que se trata es de un aparente juego de tautologías que desdobla la relación objeto-sujeto en un obligado tránsito físico y/o mental que termina por desarticular la cosa en términos de nombre, significado, función, referentes en general desde la propia acción a la cual conmina (la manía de desarticular para luego conminar y sin haber dicho nada todavía).
Desde luego, la circuncisión es sospechosa y sitúa las propuestas en el cruce de varias direcciones (supongo que habrá semáforos). Una de ellas es un espacio aglutinador que provee las sutilezas que dirimen a un sujeto maniatado ante la toma de relaciones que alientan lo público y lo privado (no se preocupen, el desdichado no soy yo). Un espacio que es un recinto de contaminación donde el arte se muestra como intervención torcida sobre lo real (es verdad que ya me cuesta andar derecho).
En definitiva, es la imagen como sentimiento, empalizada donde gana la palabra nunca dicha (ya me gustaría), eco de una vivencia profesional y humana donde pululan la muerte, la memoria en la historia y, sin embargo, la decisión final está en manos del tiempo (es decir, acabamos como empezamos). Pero lo más importante es que ahora hemos dejado de ser tontos, ¿o seguimos igual?
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)