GRECIA O EL PESIMISMO

Es el subtítulo del primer libro de F. Nietzsche (El nacimiento de la tragedia), que conmovió al mundo universitario alemán por sus atrevidos planteamientos sobre la cultura griega. En este polémico libro se señalaba el papel fundamental de la música en el drama griego; música que, por otra parte, no ha llegado hasta nosotros. Pues bien, en el drama que se desarrolla en estos momentos en la Unión Europea, con Grecia como argumento esencial, al presidente del Gobierno de España le gusta la música de la nueva revisión de la propuesta que el primer ministro griego Alexis Tsipras ha dado a conocer. A grandes rasgos, se actuará sobre las pensiones y la impuestos, a cambio de un nuevo préstamo de 50.000 millones de euros para hacer frente a los pagos inmediatos y restablecer la liquidez de los bancos.

El arrollador triunfo en el referéndum―celebrado de un día para otro, con una pregunta nada clara y sobre una propuesta ya retirada por la UE― ha situado a Tsipras a la altura de los grandes héroes de la tragedia: Antígona dispuesta a llevar hasta las últimas consecuencia un acto de libertad cargado de ética, frente a la razón de Estado, a las leyes inflexibles de Creonte (Merkel). O Prometeo en desigual duelo contra los dioses olímpicos (el resto de países europeos). Pero la realidad es bien distinta: con o sin máscaras, los personajes intervinientes no están a la altura del drama, aunque los griegos empiecen a tener una impresión parecida a la de Antígona: «ningún mal nos será ahorrado mientras estemos vivos».

La situación de Grecia mueve al pesimismo, sea cual sea el resultado final de las negociaciones con sus socios de la UE. Hace unos días el FMI parecía descubrir el Mediterráneo y aseguraba que la deuda griega era insostenible. Hasta horas antes había sido el miembro más intransigente de la Troika y no tuvo reparos en colocar a Grecia como país moroso ante el impago de un crédito de 1.200 millones de euros. En concordancia con su nueva doctrina, ya debería haber perdonado esa deuda y  aportado más dinero en vista de la situación de la economía griega. Evidentemente, la importancia geoestratégica de Grecia para la OTAN ha hecho que el presidente Obama presione para alcanzar un acuerdo que aparte a los griegos del precipicio al que están asomados.

Que la deuda griega es impagable es algo evidente, sin necesidad de que lo anuncie el oráculo de Delfos o del BCE. El problema es que las ayudas que se le presten también van a ser impagables, por los problemas que arrastra la economía de este país después de décadas de gobiernos tan corruptos como irresponsables, con la aquiescencia de una Unión Europea que admitió la entrada de Grecia en el Euro con unas cuentas totalmente falseadas y que se han revelado como un auténtico «tendón de Aquiles», que puede herir muy seriamente a la propia UE. El actual gobierno, que no es responsable de la «herencia recibida», se ha dedicado a marear la perdiz coqueteando con Rusia y China, sin ningún resultado. Y utilizando al dimitido Varoufakis, experto en la teoría de juegos, ha manejado hasta el límite elástico la ruptura del Euro y la posición geoestratégica griega, como bazas a las que no tendrían más remedio que rendirse el resto de socios comunitarios.

Ni las enormes cantidades de dinero prestadas, ni los planes de austeridad han servido a la sociedad griega para levantar cabeza; todo lo contrario, se han agravado los problemas y ya se plantean ayudas de emergencia social. Los griegos necesitan despojarse  de conceptos tan sonoros como la «dignidad» o el «orgullo nacional», reivindicados en el pasado referéndum, pero que ayudan poco frente a los miembros de un club que ha establecido una serie de prioridades al frente de las cuales se sitúa la estabilidad de su sistema financiero, colocando las cuestiones sociales en lugares de menor rango, y,  por fatalidad del destino, es el que tiene que prestar el dinero.

No hace falta recurrir a la «mántica», el arte de la adivinación, a la que tan aficionados eran los antiguos griegos, para vaticinar que en último extremo se llegará a un acuerdo, por los intereses en juego. Pero esto no disipa la sensación de pesimismo: Grecia necesita una profunda catarsis para recuperar el ideal de «la armonía con la vida». Y la Unión Europea debe enfocar sus ayudas de tal suerte que sirvan para enderezar el rumbo de un país que corre el riesgo de convertirse en estado fallido.