GAZA: ¿DÓNDE ESTÁN LOS DIOSES?

Primo Levi (Si esto es un hombre), superviviente de los campos de exterminio nazis, declaraba que Auschwitz negaba la existencia de Dios. Contemplando la tormenta de fuego que arrasa la franja de Gaza cabe preguntare dónde se han metido Yavé, Dios Padre o Alá el Altísimo Misericordioso. La cifra de muertos crece de forma exponencial. Sin embargo, no faltan declaraciones que tratan de justificarla: el presidente Obama asegura que Israel tiene derecho a defenderse de los ataque terroristas provenientes de suelo palestino; el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu es tranquilizador, al afirmar que las fuerzas armadas israelíes no tienen como objetivo a la población civil. Sin embargo, las cifras facilitadas por miembros de la ONU y otras organizaciones independientes aseguran que el mayor número de víctima se encuentra entre la población no combatiente más desprotegida (mujeres y niños).

No se trata de poner el énfasis en la desproporción existente en la relación de armamento disponible entre las fuerzas enfrentadas; o en el tratamiento de las «víctimas»: el peso de un muerto judío «necesita» muchos fallecidos palestinos para equilibrar la balanza. Como escribía Sebastián Castellio (Contra el libelo de Calvino): «No se afirma la propia fe quemando a un hombre, sino más bien haciéndose quemar por ella. Matar a un hombre no es defender una doctrina; es matar a un hombre». Israel no defiende su derecho a existir como hogar nacional de pueblo judío masacrando a sus enemigos palestinos; las ideas progresistas y conciliadoras de Theodor Herzl (El Estado Judío) deberían ser sus fuentes de actuación.

Gaza vuelve a recordar el cerco de Varsovia contra el ghetto, por la presión militar a la que se encuentra sometida una mayoría de la población. Pero esta terrible y acuciante realidad no puede ocultar un hecho no menos catastrófico: desde la aparición y consolidación del Estado de Israel, el pueblo palestino ha vivido un exilio nada «cómodo» en los países considerados «hermanos», hasta convertirse en un problema del que todos quieren deshacerse. En  septiembre de1970 («Septiembre Negro») se produjo el enfrentamiento entre palestinos y jordanos, con un gran número de víctimas y la salida masiva de palestinos que se encontraban en campamentos de refugiados en Jordania. En 1982, en plena guerra civil de El Líbano, las fuerzas de la Falange libanesa entraron en los campos de Sabra y Chatila, ante la pasividad del ejército de Israel, y masacraron a miles de refugiados, por supuesto apoyo a sus enemigos. El paso del tiempo, junto al objetivo no conseguido de «liberar» Palestina, trajo la división y el enfrentamiento, con la descomposición de la OLP y la aparición de grupos radicales, como Hamás que basan su crecimiento en la frustración y las necesidades perentorias de una población cercada y a la que se le niega, en la práctica, cualquier posibilidad de desarrollo. Los radicales de uno y otro bando se creen en posesión de la verdad y en la obligación de imponerla por la fuerza, para el bien de todos. Esta «coincidencia» entre las partes enfrentadas hace que el conflicto entre Israel y palestinos sea irresoluble, por la sencilla razón de que a ninguna de los dos partes les interesa una paz negociada que les haga perder su hegemonía política.

Israel, de forma sistemática, no ha cumplido ninguna de las resoluciones de la ONU sobre su enfrentamiento con los palestinos. La creación de un Estado palestino es ya prácticamente inviable, salvo que se renuncie al sin fin de asentamientos y colonias judías que salpican Cisjordania, amén del muro divisorio que trocea el suelo supuestamente palestino y que lo convertirán en símbolo de la frustración y lamentación de un pueblo. Tendrá que ser una resolución internacional, que de momento no se vislumbra por ninguna parte, la que imponga la paz entre unos contendientes que no la desean, despreciando a la victimas, por mucho que digan que la lucha es por ellas. La tragedia de Gaza puede hacernos pensar que  el Dios de los judíos o de los musulmanes no existe o está sordo. Pero lo que está claro es que el infierno es una realidad tan cotidiana como los bombardeos que se llevan todo por delante: desde la vida de un niño que juega en la playa hasta el edificio de un hospital que alberga enfermos indefensos.