FIDEL  CASTRO ENTRA EN LA HISTORIA

«¡Condenadme! ¡No importa!¡La Historia me absolverá!». Así terminaba Fidel Castro su alegato (5 horas) de autodefensa en el juicio por el asalto al cuartel de Moncada, el 26 de junio de 1953. Llegado el momento de su desaparición física, la balanza de la Historia nos mostrará el platillo sobre el que se hayan depositados argumentos de mayor peso. Pero con independencia de detractores o partidarios, es innegable que Fidel Castro ha sido un personaje clave en el devenir del siglo XX y que resistirá al severo desgaste del paso del tiempo. Su liderazgo y su revolución proporcionaron a Cuba una presencia que no se correspondía ni a su tamaño ni a sus recursos para protagonizar el rol ejercido durante casi cincuenta años, de forma especial en América Latina.

Cabeza indiscutible de una revolución triunfante donde K. Marx habría vaticinado que el triunfo no podría producirse ―país atrasado, rural y carente de un proletariado mínimamente concienciado―, Castro y su grupo guerrillero lograron derrotar a unas fuerzas armadas corroídas por la corrupción de la dictadura. La recuperación de la soberanía nacional y una reforma agraria con amplio reparto de tierras fueron el banderín de enganche de una población que recibió con entusiasmo el triunfo del Ejército Rebelde.

La materialización de la reforma agraria y la nacionalización de empresas extranjeras produjeron el enfrentamiento entre los diversos grupos que habían apoyado a los rebeldes y la irritación del gobierno de Estados Unidos que, ya en 1960, a un año del triunfo guerrillero, empezó a poner en práctica el bloqueo económico y las operaciones para acabar con el nuevo régimen. El 15 de abril de 1961 se iniciaba la maniobra para derrocar a Castro, pero la CIA calculó mal el apoyo popular (que no existió) y cuatro días después la derrota de los exiliados cubanos era algo irrefutable. A continuación ―el 1 de mayo― Castro declaraba que Cuba se había convertido en una República Socialista y su acercamiento a la Unión Soviética. Un acercamiento que incluía la instalación de armamento nuclear. Estados Unidos que disponía de diversas instalaciones atómicas en las fronteras de sus aliados con la URSS no estaba dispuesto a consentir dicho armamento a sus puertas. El Armagedón atómico planeó sobre «la crisis de los cohetes», que se solucionó en noviembre de 1962, con la retirada de las atómicas de la isla. Pero el camino hacia la versión cubana del comunismo no se interrumpió.

El Partido Comunista Cubano se fundó en 1925 y apoyó al gobierno de Batista en 1940, con Carlos Rafael Rodríguez (uno de sus dirigentes más destacados) como ministro. El asalto al Moncada fue rechazado por el PCC de forma tajante: «Nos oponemos a las acciones de Santiago de Cuba y Bayamo. Los métodos subversivos utilizados en ellas son característicos de los grupos burgueses» (H.M. Ezensberger: Imagen de un partido: antecedentes, estructura e ideología del Partido Comunista de Cuba). Hasta las últimas horas de la lucha guerrillera el PCC no mostró su apoyo a los rebeldes. El triunfo de la Revolución aceleró los enfrentamientos internos que se sumaron a los problemas del bloqueo económico iniciado por USA, lo que obligó a Fidel Castro a buscar un partido político que sirviera de soporte sólido a la Revolución que empezaba a dar sus primeros pasos. En octubre de 1965 se logra la síntesis de diversas organizaciones para la formación del nuevo Partido Comunista de Cuba, que ha de ser el guía de la revolución socialista que está en marcha. Sin embargo, al protagonismo del PCC hay que ponerle más de un grano de sal: tan solo ha celebrado seis congresos desde su fundación y los cargos importantes se han reservado para miembros de las Fuerzas Armadas, el verdadero Partido.

El desarrollo económico de la Revolución se plantea en varias fases: la «distribución», con la reforma agraria que reparte tierras entre los campesinos, la «transición», con la potenciación del sector público, mediante  la nacionalización de empresas extranjeras, y la «socialización», objetivo final del proceso revolucionario. En principio lo que se logra es «una especie de capitalismo de Estado sin verdaderas características socialistas» (Fernández Santos, Edit.: Cuba, una revolución en marcha). Se intenta potenciar una mínima estructura industrial, con el Che Guevara al frente del ministerio correspondiente, pero se hace en detrimento de la agricultura, especialmente de la caña de azúcar―principal recurso económico del país―, que reduce su producción hasta cotas alarmantes. Es en estos momentos cuando se produce el llamado «debate cubano», centrado en las formas para llegar a una sociedad socialista. El Che es partidario de la planificación centralizada y la eliminación de los estímulos materiales, sustituidos por los éticos y morales que han de alumbrar lo que él llama el «hombre nuevo» (Che Guevara: El socialismo y el hombre en Cuba). La permanencia de los estímulos materiales en la transición al socialismo es defendida por el comandante Alberto Mora, ministro de comercio exterior. La discusión es cortada por Fidel Castro al señalar que «los marxistas-leninistas tenemos el deber de desarrollar la ciencia, de encontrar el camino exacto para dar de comer al pueblo en grandes cantidades… y tendemos a creer que el marxismo-leninismo es una categoría puramente filosófica, que no tiene nada que ver con el trabajo concreto de todos los días» (Fidel Castro: discurso con motivo del 4º aniversario de Bahía Cochinos). Pero a pesar de los grandes logros en Educación y Sanidad, el modelo económico de la Revolución Cubana no ha dado, ni de lejos, los frutos prometidos. Sobrecargada de un burocratismo excesivo (denunciado por el Che en febrero de 1963: «Contra el burocratismo») y unas Fuerzas Armadas embarcadas en aventuras exteriores como Angola, Congo o África del Sur y el apoyo a diversos grupos guerrilleros de América Latina, la economía cubana hubiese colapsado sin las ayudas de la URSS (hasta su implosión) y posteriormente de Venezuela. Aun así, han habido momentos críticos que se han solucionado con la salida masiva de cubanos hacia Estados Unidos y un severo racionamiento. Las reformas emprendidas por Raúl Castro, al tomar el relevo de Fidel, apuntan hacia una apertura económica que, tarde o temprano, desembocará también en política.

Asegura Albert Camus en «El hombre rebelde» que «Todas las revoluciones modernas han conducido a un reforzamiento del Estado. La de 1789 trajo a Napoleón, la de 1848 a Napoleón III, la de 1917 a Stalin, los disturbios italianos de los años veinte a Mussolini, la República de Weimar a Hitler«. La Revolución Cubana encabezada por Fidel Castro también ha reforzado el papel del Estado, pero como nota peculiar, se ha convertido en hereditaria, al igual que Corea del Norte. Al ir perdiendo su componente ético ―la emancipación de los explotados―, se volvió más represiva y policial, con numerosos presos políticos, aunque no ha desembocado en la sanguinaria locura de Stalin o Pol Pot.

Fidel Castro, abrazado al marxismo-leninismo más por necesidad que por convicción y formación, ha sido un caudillo latinoamericano reivindicador del nacionalismo―el Bolívar del siglo XX con sus luces y sombras― y la independencia frente al gran vecino del norte con el que ha mantenido una resistencia inquebrantable; estrella principal del movimiento de los no alineados e inspirador de un proceso de transformación social que sacó a su país de la postración en que se encontraba. Sin embargo, su obra ha quedado muy lejos de la profecía revolucionaria que prometía la construcción del socialismo y el «hombre nuevo». Importa poco si la Historia absolverá a Fidel Castro; lo que verdaderamente importa es que el pueblo cubano trate de solucionar sus problemas a ser posible sin enfrentamientos armados.