EUROPA ANTE EL ESPEJO Por Teófilo Ruiz
Dos escenarios, Grecia y Ucrania, sitúan a Europa ante el espejo con la posibilidad de recuperar su imagen o no verse reflejada, como un vulgar vampiro. Son dos problemas de gran calado y muy difíciles de resolver que requieren inteligencia y sangre fría, además de protagonistas dignos de la magnitud del reto: recuperar el protagonismo perdido como actor principal en los acontecimientos mundiales o proseguir con el hundimiento en la irrelevancia y sumisión en la que la UE se ha instalado. Estados Unidos, China, Rusia y algún que otro país emergente han rebajado el índice de influencia europeo hasta un papel secundario que obliga a cuestionarse la propia razón de ser del proyecto de unidad europeo.
La crisis griega ―de nuevo la inevitable economía del denostado KM― ha puesto, con trazo grueso, de relieve que las orientaciones económicas, con la austeridad como bandera, han sido algo más que un fracaso: una orientación que ha provocado millones de muertes civiles, con un desempleo en crecimiento exponencial; que en modo alguno pretendía reparar el problema que abordaba, sino recuperar, a toda costas, el dinero invertido. Cierto que los griegos llegaron por sus propios méritos hasta la situación que hizo necesario el rescate por parte de la troika. Pero las recetas de este extraño trío (FMI, BCE y Comisión Europea) se marcaron como objetivo principal recuperar el dinero prestado por los bancos alemanes y franceses, aunque conllevara el crecimiento del paro, la pobreza extrema de más de dos millones de personas o el agigantamiento de la deuda, que decían combatir. Este grave problema se ha querido resolver a costa de uno solo de los protagonistas: el pueblo griego; la banca alemana y francesa no han admitido su responsabilidad (y su riesgo) como prestamistas y han utilizado a sus respectivos gobiernos para recuperar su parte en la deuda griega. Precisamente esa deuda ha alcanzado unas dimensiones ―180% del PIB― de devolución casi imposible, aunque el tramo de pago urgente es el que está en manos privadas y que asciende a una tercera parte es el que suscita la incertidumbre de los mercados bursátiles que ven en el nuevo gobierno más voluntad de esquivar los compromisos de sus antecesores que de saldar las deudas.
El ejecutivo de Alexis Tsipras es coherente al anunciar que llevará a cabo su programa electoral, con medidas sociales de urgencia, como la readmisión de despedidos de forma ilegal, la elevación del salario mínimo o la protección de desahuciados o de los que no pueden pagar la electricidad, unos 2,5 millones de personas. Eso tiene un coste que se asegura será pagado con recortes en la Administración y una poco clara reforma fiscal que en Grecia siempre se ha dejado para el día siguiente. La incoherencia, y hasta cierta chulería, se observa en los primeros contactos con los representantes de la UE. El ministro de Economía, Yaris Varufakis, es un reputado economista y especialista en la teoría de juegos y ha optado por el «juego del gallina»: apostar a ver quien resiste más, sabiendo que la confrontación será fatal para ambos contendientes. La situación de Grecia tiene solución, con un compromiso razonable entre las partes, que se juegan mucho en el envite: la posibilidad de escapar a una crisis socioeconómica terrible y la estabilidad de la zona euro. Demasiado para que dependa de la insistencia en recetas equivocadas o en la arrogancia de una popularidad arrasadora en las redes sociales: Varufakis, con su pinta desenvuelta de macarra de discoteca, ha superado en popularidad a su primer ministro y está lanzado afirmaciones que pueden volverse en su contra, como la vulnerabilidad de la deuda italiana o la debilidad del euro. En cualquier caso, la crisis griega y la de otros países, entre ellos España, ha colocado al capitalismo financiero ante la tesitura de seguir con su paradigma de beneficio a costa de cualquier cosa o volver a la racionalidad que marcaba el Estado de Bienestar, el banderín de enganche de la Unión Europea.
Como los problemas nunca viene solos, Ucrania se presenta como una cuestión cada día más difícil de resolver. Se aplaudió la revuelta que acabó con el anterior gobierno, corrupto y temeroso de Rusia, pero que había sido elegido democráticamente. En Kiev se han instalado fuerzas de dudosa transparencia entre las que se encuentran grupos ultranacionalistas y antijudíos. La neutralidad que se pide a Rusia, por apoyar a los separatistas del Este, se contradice con el apoyo económico masivo que se presta al gobierno de Kiev, que debutó con medidas que restringían las peculiaridades de la población prorrusa, entre ellas el empleo del ruso como lengua cooficial.
Pensar que la implosión de la URSS traería consigo la irrelevancia de la Rusia resultante fue un acto mezcla de ignorancia y estupidez política. Y cercar con un collar de instalaciones militares al antiguo y demonizado enemigo, un error que además incumplía los acuerdos pactados. Rusia ha sido un imperio desde Pedro el Grande y como tal se ha comportado, incluida la era soviética. Y esperar que las amenazas y sanciones promovidas por Estados Unidos y secundadas por la Unión Europea no iban a tener respuesta es de una falta de previsión alarmante. A pesar de la crisis del petróleo, Rusia ha vuelto a recuperar parte de su potencial y capacidad de influencia, como se demostró con la anexión/recuperación de Crimea. Echar más leña al fuego, con el envío de armamento sugerido por USA, en un conflicto que empieza a arder por los cuatro costados, con un balance cada vez más trágico en vidas de ciudadanos indefensos, no parece la opción más recomendable, y la negociación, hasta agotar todas las posibilidades, se presenta como el camino más razonable.
Tanto en el caso de Grecia como en el de Ucrania, Europa debe recuperar su propia voz y criterios y, atendiendo consejos de amigos como USA, tomar sus propias decisiones que le servirán para recuperar el prestigio perdido y el equilibrio necesario para proseguir en la profundización de un proyecto que ilusionó a la mayoría de los ciudadanos y evitará el resurgimiento de fuerzas disgregadoras y totalitarias de tan funestos recuerdos.