Este es tonto. Se emociona y todo

Desde hace bastantes años la visita a la mayoría de las muestras artísticas que se suceden en este país no implican un abstraerse en una contemplación entre lo sensorial y discernido, entre lo expresivo y sentimental, entre lo sensible e imaginativo, sino en la búsqueda del contexto conceptual, lo semiótico, lo invisible, lo inescrutable o lo indescifrable. O de lo hermético completamente irrisorio, extravagante, estrafalario que va en busca y beneficio de un discurso escatológico, cosmológico o filosófico político, que si se quiere puede remontarse hasta, por ejemplo y por decir uno, Heráclito, que había declarado que el cosmos no lo hizo ningún dios ni ningún hombre, sino que siempre fue, es y será fuego eterno –me huele a chamusquina levítica-, que se enciende según medida y se extingue por lo mismo. Y no hacían falta ni bomberos.

Bien es verdad que cabe una multiplicidad de  interpretaciones posibles y contrarias, pues lo de mirar ya no es importante, ahora lo elemental es deducir, inferir, taladrarlo en el pensamiento, desarrollarlo, reflexionar sin ver, convenir que la percepción es eliminación con suma reflexión. Salga lo que salga y sea como sea.

Algún autor que como yo no está en la onda, entiende que en el arte actual no hay ninguna referencia a un estado interior ni sirve a la exteriorización de una emoción, sino a un conocimiento intelectual y/ toma de posición ideológica. O lo que es lo mismo, el lugar de la expresión pasa a ocuparlo el concepto, porque en estos momentos lo obligado es acabar con toda apariencia de ilusión y toda manifestación del sentir.

Ya es intrascendente lo que, a título de cita, comentaba Braque:

“No se suman ni se imitan las emociones: la emoción es la semilla, y el arte es la flor. Amo la norma que corrige a la emoción, amo la emoción que corrige a la norma”.

Sin embargo, hay además argumentos –es imposible mencionarlos a todos- que son contundentes, tal como la reacción del protagonista de una novela de Roa Bastos –se supone que se refiere a él mismo- ante la crucifixión de Mathias Grünewald:

“Una increíble fuerza como de succión magnética nos absorbió (iba acompañado de su mujer) hacia el centro mismo del campo óptico del cuadro que irradiaba una fuerza tremenda. La sensación que me sobrecogió era de otra naturaleza. Algo extraño perturbaba mi visión”.

Quizás, por otra parte, tenga incluso razón Herbert Read cuando explica que el propósito del artista no es representar la emoción, sino trascenderla. Claro que sin especificar hacia dónde o hacia qué.

Cierto es que debemos admitir, no obstante, que a la emoción han de añadirse otras connotaciones, significados y relaciones, dado que en el campo artístico las cuestiones no pueden entenderse aisladas unas de otras, pero tal premisa no es impedimento para la apreciación de que lo que está ocurriendo es que la hegemonía y preponderancia de una frialdad conceptual por un lado, y por otro, la futilidad, la bagatela y las fruslerías visivas se hayan convertido en la regla, esa dimensión de que según lo veo salgo a mear corriendo.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)