¿Estará un retrato parecido al mío entre todos estos?
Si Ud. Va a ver una exposición retratos se quedará absorto entre tantas formas y posibilidades de contemplarse a uno mismo, aunque sigue habiendo muchas más que faltan y que algún día también tendrán que llegar.
Este asomarse a un espejo –que con los años está más viejo, cansado y roto- del siglo XX, incluso XXI, ha llegado a ser un medio de reconocer nuestro trágico destino y despiadada historia, de esa que sigue fastidiando porque no va a parar. Por eso, cuesta aceptar tales propuestas, ya que en ellas más que nunca se percibe ese nudo de ramificaciones entre la soledad, el dolor, la angustia, la inteligencia y las dudas, incluida la conciencia de lo perecedero. Como que, en definitiva, se inscriben dentro de un tiempo que careció de piedad (¡si no la hubo nunca, me susurran!).
En algunos casos las huellas intensamente expresionistas son las que denodadamente se buscan, incluso con capas gruesas y manchas espesas que sugieren rasgos de rabia o clemencia.
En otros, de configuración más plástica, los caracteres están esquematizados en planos, fragmentados, depurados, limpios, simplemente argumentados como una idea formulada desde otras bases. Hasta hay inclinaciones entremezcladas de ambos hemisferios, pues las variantes no tienen límite, y si lo tuvieran dejaría de tener valoración artística.
En todos esos autores de las vanguardias históricas –Giacometti, Picasso, Bacon, Music, Ernst, Soutine, Saura, etc.- hay una clarividencia para llegar a ese fondo que nos asombra; exageraría si declarase que no tiene parangón posible, mas no es ningún exceso si afirmase que este numen potencia la visión más allá de sí misma, tanto como para ser capaces de intuir supuestamente su trascendencia, concentrándonos con sus designios en la advertencia de que el hecho estético en sí del retrato o autorretrato es una síntesis abrumadora que nos hará pensar ahora y siempre en el ser y en el estar, en una representación inevitable del yo en toda su complejidad. Pues desde un yo múltiple pasamos a un yo singular para volver de nuevo al primero, en un camino de ida y vuelta que no hay modo de detener si no es depositando una señal en prenda (la que ustedes elijan, no hay prejuicios).
Gregorio Vigil-Escalera Alonso
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)