ESPAÑA: LA HISTORIA SE REPITE

Uno de los autores más vendidos en la pasada Feria del Libro de Madrid, Karl Marx (El Manifiesto Comunista), señala que la historia se repite: una vez como tragedia y otra como farsa. En el caso de España, la farsa está derivando en esperpento.

Las reformas y conquistas sociales puestas en marcha durante el bienio progresista (1931-1933) por los gobiernos presididos por Manuel Azaña, al tiempo que se desarrollaba la crisis económica mundial iniciada en 1929, fueron desmontadas por los gobiernos radical-cedistas salidos del triunfo electoral de noviembre de 1933, donde por primera vez votaron las mujeres. La respuesta al retroceso social fue la sangrienta revolución de octubre del 34, centrada en Asturias. Ahora, casi ochenta años después, asistimos al desmontaje, pieza a pieza, de todos los avances pactados desde la sublimación de la dictadura franquista.

Con la apoyatura de los despilfarros y desaciertos del gobierno anterior, que han llevado a España al borde del precipicio, el ejecutivo de Mariano Rajoy, en seis meses, ha dado una muestra de gran eficacia para desmontar todas las conquistas sociales que si se aplicara al resto de áreas de gobierno, este ejecutivo sería una máquina perfecta. Educación y Sanidad, hasta ahora no cuestionados, han pasado a ser nichos de negocio a entregar a la iniciativa privada, con el indemostrado argumento de una mejor gestión y mayor ahorro. La Ley de Reforma Laboral, para mejorar y flexibilizar el mercado de contratación, hace garantista al Fuero del Trabajo de Franco. Los recortes en investigación apuntan a la renuncia de toda iniciativa innovadora y hacia un país de camareros, con una economía bonsai. La devaluación de facto que suponen las bajadas de sueldos y las subidas de impuestos a los asalariados y pensionistas se ven subrayadas por la iniciativa obscena de la amnistía fiscal a los defraudadores. Estos sacrificios, con ser gravísimos, podrían tener alguna justificación si coadyuvaran con lo que prometen: la creación de empleo. Sin embargo, la realidad es bien distinta y los despidos y las reducciones de plantilla se han convertido en el deporte preferido de buena parte del sector empresarial. El Gobierno, para no ser menos, ya ha puesto su punto de mira reductor en los funcionarios, en la supresión de interinos y en la anulación del empleo público. Extraña forma de crear puestos de trabajo.

Ante un jefe del Ejecutivo que reconoce que hace lo que le imponen, que no cumple ninguna de sus promesas electorales, y no tiene la dignidad de dimitir, nos encontramos otra vez con el fracaso clamoroso de una clase dirigente incapaz de cumplir con su rol social y sus consiguientes responsabilidades. En un discurso pronunciado en Madrid, en febrero de 1934, Manuel Azaña, señalaba que la burguesía «nunca desde que existe como clase social, con sus repercusiones en el poder político español, ha estado a la altura de su misión». Falló en 1812, ante Fernando VII, no concretó la Gloriosa Revolución del 68, fracasó con la Primera República y condujo a la Segunda República al matadero de la Guerra Civil. Ahora, situados en este gravísimo trance e instalados en una resignación casi generalizada, con excepciones como las de los mineros, la dinámica imperante se concreta en que todo ajuste conlleva despidos y esos despidos se traducen en tragedias personales y familiares, con la consiguiente angustia y desasosiego, al no verse ninguna posibilidad de encontrar empleo. Para mayor abundamiento, el esperpento lo sustentan las encuestan cuyos datos nos dicen que las víctimas siguen apreciando a sus verdugos.