ESPAÑA, ESTADO EN ESPERA

España se parece cada vez más a Vladimir y Estragón, los personajes centrales de «Esperando a Godot» (S. Beckett), que aguardan inútilmente la llegada de un personaje que dé sentido a una vida tan monótona como absurda. Ante un desastre social de las dimensiones que certifican las cifras del paro, MR se ha hecho esperar ─como si se tratara de un asunto menor─, hasta que sus propios correligionarios le han empujado a dar explicaciones. No obstante, el jefe del Ejecutivo vuelve a llamarse andanas e insistir en que las medidas tomadas hasta ahora son las adecuadas para combatir el desempleo, aunque la realidad diga todo lo contrario.

Después de anunciar una propuesta de diálogo para tratar de salir de la crisis en la que estamos instalados, se estaba a la espera de una enumeración de ideas que reactivaran la economía y devolvieran un poco de ilusión al país, de cara al inmediato futuro. Sin embargo, el principal partido de la oposición ─cada día menos principal, según los datos de las encuestas─ se ha limitado a reclamar parte de los fondos europeos destinados al saneamiento de la Banca, como forma de hacer fluir el crédito y reactivar la economía. Esta propuesta ya ha tenido su acuse de recibo en la Unión Europea, que la considera inadecuada, pues su préstamo tiene un solo objetivo: sanear el sistema bancario. Evidentemente, se habían depositado demasiadas expectativas en un partido que continúa sin digerir su catástrofe electoral y con un equipo dirigente que, visto como parte integrante del anterior Gobierno, no consigue el más mínimo aprecio de la ciudadanía.

Se esperaba que en la última reunión del partido gobernante, ante la caída que apuntan las encuestas, hubiera un movimiento cuando menos de preocupación, y no el aparente «prietas las filas» que trasladan las fuentes oficiales. Esperanza Aguirre tiró la piedra al pedir la inmediata aplicación del programa electoral del Partido, pero parece que se le ha encogido, al final, el brazo de la disidencia. La versión cañí de Lady Macbeth aspira al primer puesto del Gobierno, por mucho que anunciara su «retirada» de la política. Sin embargo, la mayoría de dirigentes no parece dispuesta a apoyarle para perpetrar el asesinato (político) de la versión gallega del rey Duncan de Escocia. El otro pretendiente al trono actúa de Marco Antonio: ensalza al jefe, pero no tendrá empacho alguno en dialogar con sus asesinos (políticos, en este caso) para alcanzar unas ambiciones que nunca tuvo el valor de defender de frente y por derecho. De momento, se ha desprendido del ropaje de «progresista» para satisfacer las más retrógradas exigencias del Episcopado español.

Ante la catastrófica situación financiera de Cataluña, se daba por seguro que se impusiera el tradicional sentido común de los catalanes, y los responsables se centraran en tratar de resolver los problemas que más agobian a la ciudadanía. No es así. Se opta por anteponer el sacrosanto derecho a decidir, obviando el nada pequeño matiz de que el asunto en cuestión ─la independencia─ es algo que afecta al conjunto del Estado que, a buen seguro, algo tendría que decir, pues se pone en tela de juicio el destino colectivo de todos los habitantes de este país.

Era de esperar que una institución como la Monarquía, que ha gozado de una alta estima entre los ciudadanos, no dilapidara todo su prestigio con enredos y actuaciones tan poco edificantes como rechazables. Contra esa esperanza están los datos que muestran un descrédito absoluto que pone no pocas sombras de duda sobre la estabilidad y viabilidad de la institución en un futuro tan inmediato como difícil.

Mirando hacia atrás, con o sin ira, se espera que surjan dirigentes con la altura de miras y el sentido del Estado de aquellos que propiciaron la transición hacia la democracia (Suarez, González, Carrillo…). Pero no aparecen, aunque se les espere dado que los actuales responsables obtienen todos un vergonzante suspenso colectivo. MR insiste en pedir paciencia, pero es un sentimiento que se agota roído por el desamparo que sufren millones de ciudadanos. Es de desear que esta vez al menos el Godot que ha de traer algunas propuestas razonables y efectivas llegue a tiempo, pues ya se sabe que el que espera desespera.