España entre costuras. Fernando González

Hubo un tiempo en el que nuestros políticos utilizaban los términos náuticos para explicarnos nuestro paso por la historia más reciente; ahora se han reciclado y prefieren desempeñarse como sastrecillos improvisados. Han hecho cursos por correo de corte y confección y se creen preparados para cortar a los españoles varios trajes de temporada. Todos ellos, del Presidente a los que aspiran a serlo, de los budas nacionalistas a los caciques regionales, de los demagogos recién bautizados a los izquierdistas sin sentido común, toman medidas a nuestra España para dibujar un nuevo patrón que le cuadre en el futuro. Poco les importa que la nueva vestimenta legal le tire al país de la sisa, le quede larga de mangas, ancha o estrecha, patilarga o pescadora, corta de tiro o caída de hombros, se han puesto a ello y aquella España constitucional de la Transición puede terminar hecha un adefesio.

El Partido Popular comprueba atemorizado que sus mayorías absolutas han encogido en muchos municipios por culpa de lo mucho que ha llovido en los últimos años. La normativa electoral, que siempre les quedó como un guante, les deja ahora con las miserias al aire. Así las cosas, comprobado que de nada les valdría descoser los bajos o añadir remiendos que agrandaran su prenda política, nos presentan nuevos modelitos que les permitan pasearse por la pasarela con la vara municipal de mando entre las manos. “Que gobierne directamente el candidato más votado y así luciremos elegantes en el próximo desfile de la primavera que viene”. La oposición mayoritaria, rota en pedazos y dividida en tendencias inverosímiles, repasa los figurines propuestos por el PP y adivina que las tallas populares no están hechas para ellos. Centrifugada en tendencias diversas, la izquierda patria sabe perfectamente que no tiene nada que hacer si su oponente de derechas es el que más sufragios almacena en las urnas.

Ahí tienen ustedes a Pedro Sánchez, un recién llegado al mundo de la alta costura, dispuesto a presentarnos sus colecciones de verano y otoño. Acodado sobre el tablero, provisto de tijeras y tizas de colores, dibuja una España federal compuesta de estados que nunca lo fueron. La Constitución reconoce ya la existencia de nacionalidades históricas españolas, pero sólo él sabe cómo pueden federarse con comunidades autónomas que se inventaron literalmente hace menos de cuarenta años. El dilema que los constitucionalistas resolvieron por consenso y aclamación popular parece pasado de moda y los sastrecillos valientes se aprestan a cambiarnos el buen paño por tejidos de fibra sintética. Volver al “café para todos” ideado por la UCD es como tropezar por segunda vez en la misma piedra. Solo entiendo una forma de articular el invento: federar a España con el País Vasco y Cataluña y estudiar fórmulas federalistas para integrar saludablemente en el conjunto a Galicia y Andalucía. Convertir a todas las comunidades autónomas actuales en estados federados me parece un desatino monumental. En el caso de que Sánchez y su PSOE renovado tuvieran ya claro cómo se resuelve el galimatías, vístase el maniquí con su nuevo ropaje y expóngase en el escaparate nacional.

Aquí andan todos, ya digo, con la aguja y el hilo entre los dedos. Algunos presidentes regionales, como la Cospedal,  ya se han colocado su chaqueta a medida, modificando para ello sus leyes electorales. Otro que anda con el costurero entre las piernas es el Muy Honorable Presidente Mas. Acaba de darle la última puntada a su terno de consultas populares y lo estrenará en la fiesta secesionista que organizan sus palmeros políticos. Se había probado, dice él, todo el vestuario constitucional que guardamos en el armario y todo le quedaba pequeño. Por eso mantiene trabajando a destajo a todas las costureras separatistas que sufraga con dinero público, como si pretendiera uniformar con sus ensoñaciones disparatadas a todo un pueblo. Lo dicho, con tantos modistillos y modistillas  encerrados en el taller, España habita entre costuras.