ESPAÑA, APARTA DE NOSTROS ESTE CÁLIZ
Ante el horror de la guerra civil, en 1937 el poeta peruano César Vallejo escribía su poemario España, Aparta de mí este cáliz en el que advertía: ¡Cuídate de los nuevos poderosos! / …¡Cuídate del leal ciento por ciento! y terminaba con evidente temor: Si la madre/ España cae―digo, es un decir― / Salid, niños del mundo; id a buscarla!…
Ahora no es el enfrentamiento fratricida el que pone en peligro la existencia de este país con tantos años de historia convulsa. En estos momentos es el cáncer de la corrupción el que corroe todo el entramado social; el espectáculo de descrédito generalizado en el que se encuentra implicada toda la clase política está produciendo una sensación de desafecto al sistema y a sus representantes, desde el primero al último, de difícil reparación. La apreciación de la Monarquía, en otros tiempo bien valorada, está por los suelos ante los episodios protagonizados desde el Jefe del Estado hasta su yerno. No son pocas las voces que empiezan a hablar de un necesario relevo o abdicación y que algún político, con alta estima de sí mismo, acaricie la idea de ser Presidente de la III República.
Anunciada la existencia de una bomba de corrupción masiva (El Mundo) en forma de sobres complementarios al sueldo de diversos dirigentes del PP, el control remoto del artefacto ha sido accionado por una mano necesitada de la droga de la exclusiva (El País). Por supuesto, los implicados (incluido MR) niegan cualquier tipo de irregularidad en sus actuaciones. Hay argumentos que emplean la sutileza de que, con independencia de la ética del asunto, no se sobrepasan los límites considerados como delito y, en definitiva, es el malévolo gestor el único y auténtico responsable de haber amasado considerables sumas de dinero en su exclusivo provecho, aprovechando (y burlando) los resquicios permitidos por Hacienda. Es la táctica para que todo quede en un fuese y no hubo nada.
Este asunto no es la gota que colma el vaso. Se trata de un auténtico diluvio que cae sobre una tierra enfangada desde los casos «Naseiro» y «Filesa» y que se incrementó de forma exponencial con la Ley del suelo que propició la burbuja inmobiliaria y la potenciación de una economía claramente especulativa, con una macrofiesta de créditos en la que quedó atrapada buena parte de la sociedad española. Dejando a un lado lo que pueda haber de cierto en el mantra de que «la culpa ha sido de todos», esta insoportable situación ―seis millones de parados, insultante desempleo juvenil, recortes brutales de todo tipo― es difícil que pueda mantenerse con el espectáculo diario de unos casos de corrupción tan graves como ofensivos. La sociedad española ha dado muestra de una manga ancha muy amplia: ha soportado a un dictador durante cuarenta años y aceptó al heredero que tuvo a bien designar; protagonizó una transición en la que nadie respondió de las muchas cuentas pendientes, ha pasado por alto episodios como «el tamayazo» o el caso de los ERES e incluso a incrementado las mayorías de opciones políticas que se sabía que estaban mezcladas con casos de corrupción. Sin embargo, este asunto, por cantidad y relevancia de los implicados es algo completamente distinto. Si la sociedad española no rechaza con toda energía y muestra su repulsa de una vez por todas a estas práctica y se bebe el envenenado brebaje que contiene este cáliz sin que le afecte en su percepción ética, puede darse por fenecida.