ENTRE EL DESASTRE Y LA ESPERA
La Unión Europea recibe el premio Nobel de la Paz justo cuando se encuentra entre el desastre producido por el apocalipsis económico de unas orientaciones equivocadas y la espera de medidas que palien una situación que se hace insostenible, habida cuenta de que en este negro túnel en el que nos encontramos no se vislumbra la luz de la salida.
Las autoridades de Oslo, inasequibles en su rechazo a incorporarse al proyecto galardonado, argumentan la distinción en el gran avance de la paz y la reconstrucción en Europa que ha supuesto la iniciativa activada hace 55 años. La Unión Europea intentaba cerrar para siempre un aquelarre de terror y sangre iniciado con el asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Austria, el 28 de junio de 1914, y cerrado también en Sarajevo, con el fin de la guerra de los Balcanes. Y en el centro de ese periodo se ha descendido a las simas más profundas del horror que el hombre, hasta ahora, es capaz de ejercer contra sus semejantes, empujado por el nazismo y el estalinismo.
Sin embargo, el gran proyecto de unidad para asegurar la paz y el progreso económico corre el peligro de saltar por los aires ante la reaparición de uno de los «dioses dormidos», sobre los que ponía en alerta Max Weber. La solidaridad, divisa fundacional de la UE, ha sido puesta en cuarentena y bullen con fuerzas los intereses particulares; los empujones del «sálvese quien pueda». Las medidas aprobadas, como Unión Bancaria y fiscalidad armonizada, para ayudar a los países con más graves problemas ―caso de España― se retrasan para mejores momentos, pues ponen en peligro los intereses del Diktat que Berlín trata de imponer al resto de la Unión, aunque con apoyos notables en Holanda o Finlandia. Esta actitud, además de dejar al descubierto la intención ―caiga quien caiga― de recuperar unos préstamos concedidos con más usura que responsabilidad, revelan una de las principales insuficiencias de la UE: el déficit democrático de sus instituciones y órganos de gobierno. Groso modo, el Parlamento Europeo controla muy poco a los órganos de gobierno, como Comisión o Eurogrupo, y se parece bastante a una asamblea de políticos muy bien pagados que trabajan en Bruselas con una semana tan reducida como poco efectiva, a pesar de los muchos esfuerzos por influir en las decisiones del poder ejecutivo de la UE.
Grecia vive una tragedia que tal vez ni Sófocles se hubiese atrevido a imaginar; Portugal muestra evidentes señales de asfixia, a pesar de los brutales recortes emprendidos; España e Italia caminan al borde del precipicio, sostenidas por su mayor resistencia. Ante semejante panorama, hasta un centro de poder como el Fondo Monetario Internacional, entusiasta de ajustes y disciplina, acaba de alzar la voz para alertar sobre el empecinamiento en el dogma del recorte a toda costa para controlar el déficit que con el rigor inmisericorde de Calvino se quiere imponer a todos los descarriados de la UE desde el Bundesbank, y propone una mayor pausa en los objetivos.
La marcha triunfal de esta sociedad dominada por los mercados se ha interrumpido y el derrumbe de su santo y seña ―el consumo, convertido en una nueva «teología»― ha provocado millones de tragedias con el desempleo como argumento central. Ahora, los afectados empiezan a escuchar cantos de sirena que, apoyándose en aspiraciones y reivindicaciones más menos fundadas, tratan de alejar el foco de atención del origen: la crisis del sistema y las medidas tomadas, en contra de la inmensa mayoría, para poner a salvo los intereses de las élites de poder. A la espera de que en el espacio común europeo se reconduzca la situación, tal vez ante las propuestas de soluciones que inciden antes en el mito que en el logos, sería oportuno recordar un escrito de Hegel de 1807 que nos indica que «Procuremos primero alimento y vestido, que el reino de Dios se os otorgará de suyo».