EN BUSCA DEL VOTO PERDIDO

El PSOE, tras su Conferencia, parece haber emprendido su particular «camino de Swan» en busca del voto perdido. «Hemos vuelto» afirmaba un exultante Rubalcaba con no pocas señales de no querer marcharse y dejar el puesto al grupito de aspirantes que esperan la mínima oportunidad para asaltar la verja del liderazgo del partido. Se han hecho planteamientos y propuestas ─reforma fiscal, investigación, recuperación de lo perdido en Educación y Sanidad, protección a parados y pensionistas, etc.─ que van de suyo en cualquier trazado mínimamente progresista. Aunque a la inefable María Dolores de Cospedal le parezca que los socialistas en su Conferencia se han escorado de forma clara hacia el radicalismo (suponemos que diferido).

Con ser importantes (y hasta fundamentales) cuestiones como la renovación en el liderazgo o la vertebración territorial del Estado ─asuntos no abordados de forma directa ─, dado el impulso centrífugo que ha tomado el nacionalismo catalán, parece que es preciso un planteamiento claro de lo que deben ser las propuestas «socialistas» (lema de la Conferencia) para responder a las necesidades y problemas de estos tiempos de crisis. Primer avance: para ser «socialista» en el siglo XXI hay que ser «feminista y ecologista».  Con ser necesario, no parece que sea suficiente. Feminismo y ecología son propósitos axiomáticos en un planteamiento de progreso, pero no completan el espectro de necesidades e interrogantes.

El PSOE lleva en sus siglas la «O» de «Obrero» y, desde hace ya tiempo, para bastantes dirigentes es poco menos que un engorro que no se puede ocultar, pero si tratar de que pase lo más desapercibido posible. Este planteamiento ha tenido su justificación pragmática en que la clase trabajadora, con el desarrollo del Estado de Bienestar, se ha ido integrando en el proceso consumista que facilitaba el sistema hasta hacer innecesaria la transformación social preconizada por una ideología (marxista) que en su particular banco de pruebas ─ el llamado «socialismo real»─ ha cosechado un rotundo fracaso. Sin embargo, la crisis  desatada en USA y luego trasladada, como una epidemia letal, a la Unión Europea ha vuelto a resetear todo el conjunto: la legión de parados es millonaria; la pérdida de derechos y prestaciones, insultante; el hambre y penurias que sufren millones de ciudadanos, atroz; la juventud se encuentra desnortada y sin futuro; en muchos lugares la clase media puede darse por finiquitada. Esta situación alienta las expectativas de formaciones que objetivamente creen que el proletariado puede volver a recuperar su papel como agente de transformación social. Pero estos grupos políticos olvidan que tanto Marx como Engels señalaban que la pauperización no es la condición necesaria y suficiente para desencadenar un estallido revolucionario. Los tiempos, con usos y costumbres, han cambiado y demuestran de forma hasta ahora evidente que, a pesar de recortes y penurias, no se ha registrado el estallido social que cabría esperar como respuesta a una agresión de dimensiones tan desproporcionadas.

Tras la explosión del bloque soviético, Fukuyama (El fin de la historia y el último hombre) y otros politólogos reputados proclamaron la consolidación definitiva del sistema capitalista, ante el evidente fracaso del llamado «socialismo real». El mejor y único sistema «posible» arroja unos cifras de «éxitos» envidiables: desempleo galopante y millonario; desabastecimiento de bienes esenciales y alimentos, al tiempo que se produce un despilfarro consumista obsceno, con millones de toneladas de alimentos en la basura; guerras intermitentes; y un devastador cambio climático (versión resumida). Ante la crisis sistémica son necesarias respuestas que vayan más allá del manejo de unas cifras que hablan de salida de la recesión dado que han mejorado las exportaciones o ha disminuido la prima de riesgo o la asunción borreguil de unas políticas (las de la Troika) que han demostrado hasta la saciedad (y crueldad) que son tan ineficaces como perjudiciales. Los «socialistas» españoles aseguran que han vuelto, pero salvo propuestas de común aceptación, por lo genéricas, no se ve un atisbo de autocrítica y sí bastantes indicios de un aggiornamento, de puesta al día para recuperar el poder perdido.